Queridos lectores, las lecturas de la Palabra de Dios que la Liturgia de este domingo
5 de noviembre nos propone para nuestra reflexión son las siguientes: Malaquías 1,14-2,2.8-
10, Salmo 130 (Señor, consérvame en tu paz), la primera carta del apóstol San Pablo a los
Tesalonicenses 2,7-9.13 y finalmente el Evangelio de San Mateo 23,1-12. Consideramos que
las tres lecturas tienen un hilo conductor: la primera lectura y el Evangelio señalan los
antitestimonios de los sacerdotes y de los fariseos, mientras que la segunda lectura nos
presenta el testimonio positivo de Pablo, como ejemplo de coherencia cristiana.
La advertencia de Jesús sobre los escribas y fariseos es clara: “hagan lo que les digan,
pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra”. Ellos buscaban cumplir en
forma estricta y detallada las Escrituras, pero sus actitudes contradecían sus palabras. Y les
llamará “hipócritas” porque no cumplían lo que exigían o imponían a los demás. Por eso hoy
se utiliza el término “fariseo” para indicar a una persona que es de “doble” moral o doble
vida, es decir, como sinónimo de “hipócrita”.
En el libro de Malaquías, el profeta también lanza una dura advertencia contra los
sacerdotes de su época por su mal comportamiento y por su poca coherencia de vida: “han
hecho tropezar a muchos…se han apartado del camino”. Podemos decir que es una crítica a
las autoridades religiosas, que tienen una misión muy importante ante el pueblo, pero
también es una invitación para todos los cristianos, los bautizados, que formamos la Iglesia,
y que tenemos el deber de ser creíbles desde nuestro testimonio de vida.
Muchas personas se han alejado de la comunidad, de la Iglesia, de las prácticas
cristianas, escandalizadas o decepcionadas por los malos ejemplos de ministros
consagrados y de laicos (bautizados), porque según su parecer, éstas personas no han sido
fieles al Evangelio. También Jesús criticó estos antitestimonios, pero la diferencia es que no
se justificó y se quedó allí o se alejó, sino que continuó buscando a Dios y dando ejemplo
con su vida. Por eso podemos decir que “La mediocridad de la Iglesia no justifica la
mediocridad de mi fe” (J. A. Pagola).
San Pablo en la segunda lectura nos da cátedra de lo que debe ser un buen discípulo
y apóstol de Jesucristo y del Evangelio: los trata con ternura, con afecto, como a hermanos
queridos, trabajando día y noche, con esfuerzos y fatigas, y si fuera necesario hasta dar la
vida en la predicación del Evangelio. Su testimonio es bellísimo; un hombre que fue
coherente a su formación y a su experiencia de Dios.
Un predicador decía que los cristianos debemos buscar el equilibrio entre la mente,
los labios y las manos, porque nos pasa que pensamos una cosa, decimos otra, y hacemos
algo distinto. Para el cristiano el pecado es un escándalo que fractura y debilita el propio
testimonio. Por eso debemos buscar la gracia de Dios y mantenernos en comunión con Él el
mayor tiempo posible. Solo así podremos ser testigos de Su amor.
También señala el Evangelio que no debemos dejar que nos llamen maestros, padre
o guías. Si sacamos de contexto estas palabras, pensaremos que no las podemos usar nunca
más. Pero el sentido del contexto nos dice que lo que criticó Jesús es la actitud de
superioridad con el prójimo de las personas que tenían estos cargos o responsabilidades.
Por eso la primera lectura dice “¿acaso no tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha
creado un mismo Dios?” Es decir, somos “hermanos, hijos de un mismo Padre, seguidores
de un solo guía” (Misal Mensual Buena Prensa), que es Jesús. Así, un buen cristiano, no debe
de sentirse superior a los demás.
Estimados lectores, que el Señor nos ayude a testimoniar con nuestra vida, con
nuestras obras, con nuestro compromiso, el Evangelio. El mundo necesita de personas
auténticas, de cristianos coherentes, de bautizados transparentes, que reflejen el amor de
Dios. Que santa María virgen nos ayude en esta tarea. Les deseo un bendecido domingo!
Fraternalmente:
P. José David Huerta Zuvieta
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