Estimado hermano, este cuarto domingo del tiempo de cuaresma (Ciclo C), la Palabra de Dios nos hablar con el Libro de Josué (Jos 5,9.10-12); el Salmo 33 (Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor); la segunda Carta de san Pablo a los Corintios (II Cor 5,17-21); y el Evangelio de san Lucas (Lc 15,1-3.11-32). El tema central: Dios es un Padre generoso, paciente, con esperanza, lleno de ternura, con alegría, que se desborda por recuperar a un hijo pecador.
Deseo compartir esta reflexión en tres pequeños apartados:
El contexto de las parábolas de la misericordia. Lucas coloca antes de las tres parábolas de la misericordia (todo el capítulo 15) una breve introducción de gran importancia, y nos aclara el significado profundo de las mismas. Jesús anda rodeado de recaudadores y descreídos. Por ello, los fariseos y los doctores de la ley (la gente religiosa de aquel tiempo) le critican porque los recibe y se sienta a la mesa con ellos.
Ese es el comportamiento habitual de Jesús. Son parábolas que hablan de la misericordia de Dios. En resumen: las tres parábolas (la oveja perdida, la moneda perdida, el hijo perdido) están puestas para explicar y entender el ‘extraño’ y ‘escandaloso’ comportamiento de Jesús, que se hace cercano a los más pobres, alejados, y pecadores.
Así pues, las parábolas de la misericordia nos muestran el rostro de Dios y el rostro de Jesús, el cuál es el proceder de Dios y por el qué Jesús está, se dirige, acoge, comparte y come con los pecadores.
El mensaje central de la parábola. La parábola pertenece a las que Jesús utilizó para explicar su cercanía con la gente que era considerada pecadora y que no podía acercarse a Dios.
Con esta parábola, Jesús nos explica que así es Dios: un Padre generoso, paciente, con esperanza, lleno de ternura, con alegría, que se desborda por recuperar a un hijo pecador. Con una capacidad infinita para perdonar. Los sentimientos del padre de la parábola, son los sentimientos de Dios por nosotros.
Aunque la parábola la podemos dividir en dos partes: la historia del hijo menor y la actitud y comportamiento del padre (vv 11-24); la historia del hijo mayor y la actitud del padre con lo que dice y hace (vv 25-32), ambas concluyen con la misma sentencia: “este hijo mío (hermano tuyo) se había muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.” (ver los versículos 24 y 32)
Los protagonistas de la parábola: El hijo menor pide lo que no le pertenece. La ley judía preveía que el hijo más joven recibiera una parte de la fortuna del padre (Dt 21,15-17), pero los hijos no accedían a la herencia hasta después de la muerte del padre (Eclo 33,20-24).
Derrochó su fortuna viviendo como un perdido, hasta llegar a una situación de hambre, se convirtió en cuidador de cerdos (una situación terrible para un judío, que no podía ni tener ni comer cerdo), y experimentar las ganas de comer y no poder el alimento de los cerdos. El hambre lo lleva a la reflexión, se pone en camino a la casa del padre, para pedir trabajo como jornalero, pues sabe que ha perdido los derechos de hijo.
El hijo mayor está indignado y se niega a entrar a la casa, no entiende lo que es amar, él trabaja en casa por recompensa y no por amor. Aunque todo lo de su casa es suyo, no sabe disfrutarlo, se preocupa solo por las órdenes y mandatos, pero no sabe de entregas y confianzas. Está centrado y cerrado en su propio yo, no reconoce ni a su padre ni a su hermano, por eso no quiso entrar a la fiesta.
El Padre, ante la vuelta del hijo: lo vio de lejos, se enterneció, salió corriendo, se le echó al cuello, lo cubrió de besos (Ver v.20).
No deja que el hijo menor termine su confesión donde pide perdón, el padre tiene prisa por acogerlo y mostrar su alegría: le pone el mejor traje de fiesta (ello significa que le devuelve su dignidad de hijo, en el contexto bíblico significa que le ha llegado su salvación), le entrega anillo y sandalias (anillo es el signo de toda la confianza y las sandalias son el símbolo de la libertad), el hijo ya no debe andar descalzo, ya no es esclavo; celebra un banquete, que es el símbolo de la alegría compartida, de la comunión plena, de fiesta y acogida.
Su actitud con el hijo mayor también es significativa: sale y lo invita a entrar a la fiesta, ante la negación reacciona con la misma ternura: ‘hijo mío tu siempre estás conmigo…’, ‘todo lo mío es tuyo…’, ‘este hermano tuyo…’
Así es Dios: nos ama sin condiciones, nos da todo lo que tiene, su misericordia no tiene límites. Su perdón es una rehabilitación total: nos devuelve siempre nuestra dignidad. Todos estamos llamados a entrar a la misma fiesta. ¿estamos dispuestos a entrar?
Estimado hermano, pido a Dios te bendiga y que nos conceda a cada uno de nosotros un proceso de reflexión que nos ponga en camino al encuentro con nuestro Padre Dios y celebrar juntos el banquete de fiesta. Bendecido domingo, y por favor, no te olvides de rezar por la conversión de un servidor y la de todos los sacerdotes de nuestra Iglesia diocesana.
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