Estimado hermano, este domingo, último del tiempo de navidad (Ciclo C), la Palabra de Dios nos habla con el Libro del Profeta Isaías (Is 40,1-5.9-11); el Salmo 103 (Bendice al Señor, alma mía); la Carta de san Pablo a Tito (Tit 2,11-14; 3,4-7); y el Evangelio de san Lucas (Lc 3,15-16.21-22). El tema central: En el Bautismo de Jesús, el Padre confirma la misión redentora del Hijo y el sentido de nuestro bautismo.
Deseo compartir esta reflexión en tres pequeños apartados:
El contexto: El Bautismo de Jesús por Juan el Bautista. El Bautista inicia su predicación llamando a todos a la conversión para preparar el camino al Señor. El que Jesús acuda al Jordán es un gesto significativo de su plena aceptación de la misión redentora y también para subrayar su participación en el común destino de los hombres (no tenía pecado, pero se puso en la fila de los pecadores para manifestar su total abajamiento).
A la disposición de parte de Jesús, el Padre corresponde confirmando la misión redentora: el cielo abierto significa que con Jesús se abre e inicia una nueva etapa, la comunicación definitiva y permanente de Dios con la humanidad. La bajada del Espíritu Santo significa que Jesús es el ungido y es presentado como el rey mesiánico. “Tu eres mi Hijo” define lo que Jesús es para Dios.
Así nace la misión por la que Jesús deja la esfera de su vida privada e inicia su vida pública, es decir, el anuncio del Reino de Dios.
No basta el bautismo con agua. Hay muchas personas que un día fueron bautizadas y que no saben definir exactamente cuál es su postura ante la fe: Dios no les dice nada, se han acostumbrado a vivir sin Él.
¿Para qué creer? Han sido bautizados con agua, pero no han descubierto qué significa ‘ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo.’ Siguen pensado equivocadamente que tener fe es creer una serie de cosas extrañas que nada tienen que ver con la vida, y no han vivido la experiencia viva de Dios.
¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud. Para atrevernos a ser más humanos. Para permanecer abiertos a todo el amor, a toda la verdad, a toda la ternura que se encierra en el ser. Para seguir trabajando en nuestra propia conversión. Para no perder la esperanza en las personas y en la vida. Para vivir, incluso los acontecimientos más banales e insignificantes, con profundidad.
Pero, quien sólo ha sido bautizado con agua y no ha experimentado el bautismo del Espíritu de Jesús, difícilmente lo puede entender.
Abrirse al Espíritu. Jesús, es un hombre lleno del Espíritu que le hace invocar a Dios como Padre y le urge al servicio de los hermanos necesitados. Así surge el sentido de la vida cristiana: es dejarse bautizar por el Espíritu de Jesús y un ponerse a actuar movidos por el mismo Espíritu que anima su vida. Es superar una “fe” sustituida por todo tipo de supersticiones.
Abrirse al espíritu es iniciar una espiritualidad, es decir, una manera de vivir en la cual se acoge humildemente la presencia creadora de Dios en nosotros y se vive la fe desde la experiencia de un amor que nos envuelve y nos hace invocar a Dios como Padre y acercarnos al prójimo como hermanos. No buscar ni alimentar esta espiritualidad, es ser bautizado solo con agua, y no por el espíritu.
Estimado hermano, pido a Dios te bendiga y que nos conceda a cada uno de nosotros poner en práctica nuestro Bautismo asumiendo la misión que hemos recibido de Dios y que nos permitirá hacer el camino de santidad. Bendecido domingo, y por favor, no te olvides de rezar por la conversión de un servidor y la de todos los sacerdotes de nuestra Iglesia diocesana.
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