(Daniel 12,1-3; Salmo 15; Hebreos 10,11-14.18; Marcos 13,24-32)
Queridos lectores, nos encontramos ante unos textos en los que se mezclan varios niveles de redacción, varios sucesos y momentos diferentes. Podemos aclarar esta mezcla diferenciando tres temas en estos discursos escatológicos o apocalípticos (en dos aplicaciones, una para el “hoy” y otra para el “futuro”) en el Evangelio: a) la destrucción del Templo de Jerusalén como el final de los tiempos, b) la próxima y cercana segunda venida de Jesús, c) la conducta del cristiano.
Las primeras generaciones de cristianos, o algunos de ellos, tuvieron dos tentaciones: pensar que el final de los tiempos era algo inminente, e interpretar la destrucción del Templo como el final de los tiempos. Además de estar convencidos de que el retorno de Jesús sería pronto, que lo vería esa generación. Así pensó Pablo en los primeros años de su actividad apostólica.
Debemos comprender que los tiempos en que se escribió el Evangelio de Marcos son tiempos difíciles y el evangelista quiere ofrecer esperanza y consuelo (capítulo 13). La manera en que presenta la respuesta ante tantas dificultades, sufrimientos, desgracias, es recordarles a los cristianos que el mundo que conocemos no ha alcanzado la plenitud para la cual lo ha creado Dios porque está sometido al pecado y a la libertad humana. Cuando Jesús regrese (lo proclamamos en el Credo cada domingo), aunque utiliza la imagen del juez, vendrá para que se descubra la verdad y se desenmascare la mentira, las tinieblas y la oscuridad.
Por eso considero que el mensaje más importante es el que el Papa Francisco nos invita a replantearnos: “la escena de este mundo pasa. Y solamente permanecerá el amor”. Por eso la Palabra de Dios de la Liturgia de este día nos exhorta a comprometernos con todo en las realidades terrenas, imprimiéndoles el sello de Dios que es el amor, conscientes de que estamos creados para la eternidad.
¿En qué estamos invirtiendo la vida, en cosas que pasan, como el dinero, el éxito, la apariencia, el bienestar físico? ¿Estamos apegados a las cosas terrenas como si fuéramos a vivir aquí para siempre? ¿Somos conscientes que como cristianos al final de nuestra vida nos presentaremos ante nuestro creador, porque hemos sido creados por Él y para Él? Lo que permanece, lo que construye, lo que es exigente, es y será el compromiso con el aquí y el ahora, con las necesidades de los demás, con el servicio desinteresado para construir una comunidad más fraterna y solidaria. En resumen, amar profundamente el mundo y a los hombres con el amor de Cristo, sólo después de haber experimentado su amor, su misericordia y su salvación en primera persona.
Finalmente, hoy se celebra la 8va. Jornada Mundial de los Pobres con el lema “La oración del pobre sube hasta Dios”. El objetivo es que la Iglesia como institución y los cristianos tomen conciencia de su presencia y de su necesidad. Cada Diócesis y cada Parroquia puede organizar algunas actividades para que esta porción del pueblo de Dios no se sienta excluida y dejada a merced de la incertidumbre y la precariedad. Por lo pronto, podemos orar por ellos y hacer alguna obra de misericordia con aquellos que estén cercanos a nosotros.
Que el Señor les regale un bendecido domingo!
Hasta el siguiente domingo con una nueva reflexión desde la Palabra de Dios.
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