Es de creer que detrás del discurso optimista existe temor por los alcances de la maldad de Mister Trump. Confiemos en la razón y el entendimiento, pero aceptemos que una mente torcida contiene lo más nocivo de la condición humana. Y el recién electo presidente de los EU no oculta sus deseos de causar daño en dosis que ponen en riesgo paz y tranquilidad además de la sobrevivencia colectiva.
No lo disfraza, por el contrario, lo presume como el lobo hambriento de los cuentos infantiles, ahora corregidos y aumentados. (Un cabroncito pues, dicho sin ganas de ofender). Es una desgracia que tal individuo obtenga tanto poder al grado de convertirse en hacedor de presentes y futuros. En este sentido el fantasma de la incertidumbre recorre al mundo. Y ni modo que sea invento.
En México existe sensación de guerra. Velamos armas para una confrontación desigual que no sabemos hasta donde pueda llegar y las consecuencias que pueda arrojar. Entre otras cosas, se trata de defender la soberanía y contener o al menos suavizar, los violentos planes del vecino mandatario que no se mide para lanzar amenazas de todo calibre un día sí y otro también, aplaudido por delirantes fanáticos que han hecho de su figura el máximo exponente del criminal colonialismo.
Trump es un real peligro, incluso para los gringos, y hubo de surgir donde el racismo reside desde siempre; donde los derechos humanos son mentira piadosa, justificada por la religiosidad más lejana a la práctica cristiana, y una “democracia” capaz de repartir muerte en cualquier punto del planeta por la sencilla razón de que significa el principal soporte de su economía.
Ni como negar las tristes experiencias de naciones condenadas a sufrir los estragos de la ambición imperialista. México está entre las víctimas de la barbarie expansionista. El robo de más de la mitad del territorio es la evidencia más dolorosa de una historia no olvidada. Eso de la política “de buena vecindad” es vil hipocresía y ofensa para una nación invadida hasta sin pretextos, con las respectivas humillaciones a nuestra dignidad. Obligados a rendir sumisión a la bandera de las barras y las estrellas casi dos años (entre 1847-48), debió ser traumático para los mexicanos de entonces, igual que las traiciones de políticos al estilo de Santa Anna y posteriores como “el chacal” Victoriano Huerta y más cerca los del PRIAN que suspiran por el intervencionismo extranjero.
No extraña que Marko Cortés se revuelva desde la tribuna “exigiendo” que el ejército gringo combata a supuesto terrorismo en nuestro país. Este, ¿todavía dirigente panista?, es de los mismos desnaturalizados que buscaron a Maximiliano en Miramar “para salvar a la nación” de la Segunda Transformación concebida por la generación juarista.
El asunto es que Donald Trump está dispuesto a perjudicar la república mexica. Nada más la extradición de millones causaría tremendo impacto en la existencia de otras tantas familias. Las remesas son buen alimento, no recibirlas sería un desastre. Por otra parte, el tratado comercial navegaría a la deriva con el próximo gobierno. Total, que cuando no nos llueve nos llovizna, y todo porque los votantes gringos enloquecieron en tiempos de cólera.
SUCEDE QUE
Alguien debiera explicar por qué desapareció la delegación de Profeco en la capital del estado dejando a la población en manos de comerciantes sin entrañas equivalente a ladrones sin escrúpulos. Sea que si usted amable lector tiene necesidad de interponer alguna denuncia deberá acudir a Tampico donde una burocracia reumática y somnolienta hará favor de agendar la correspondiente cita no menos de tres meses después. “¡Pos ya pa’ qué chingaos!”, dirá. Ojo, la raza está encabronada porque no concibe tanto desprecio hasta en trámites que debieran ser sencillos de toda sencillez. Y viene el “buen fin” o el buen fraude, que no es lo mismo, pero es igual. ¡Cuidado con los amantes de lo ajeno!. Favor de permanecer alejados del ayuntamiento.
Y hasta la próxima.
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