“Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas…amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Hermanos y hermanas en le fe católica, las palabras de Jesús al final del Evangelio son algo que deberíamos esperar escuchar: “No estás lejos del reino de Dios”. La sentencia significa, ante todo, que el Reino de Dios no es un lugar al que podríamos llegar. Lo mejor que podemos hacer es acercarnos, esforzarnos. En última instancia, es Dios mismo quien nos lleva allí.
En segundo lugar, la frase también nos recuerda que nuestra distancia al Reino de Dios requiere toda nuestra vida. Siempre somos llamados a acercarnos al Reino convirtiéndonos cada vez más como Jesús, la frase es una invitación a la conversión, hay esperanza, podemos cambiar. No importa lo oscuro que sea nuestro pasado, podemos hacer algo hoy para nuestra conversión.
El Reino de Dios es un regalo, dado a aquellos que han vivido sus vidas al máximo, diciendo sí a la constante invitación a la conversión y a ser configurados cada vez más en la persona de Cristo. Permítanme señalar dos maneras en las que podemos permitir que Dios trabaje en nosotros para que seamos transformados en las personas que él quiere que seamos.
Primero, tenemos que ESCUCHAR A DIOS. Este es el primer paso en el que tristemente incluso hasta ahora, fracasamos. No conocemos los mandamientos. Elegimos a nuestro antojo qué precepto de la Iglesia queremos obedecer. Todavía preferimos seguir nuestro propio camino, e irnos cuando ya no nos sea conveniente.
Escuchar a Dios requiere silencio, tiempo disciplinado para estar a solas con Dios. También requiere de una comunidad a la que pertenecer. Solo podemos crecer en espiritualidad dentro de una comunidad religiosa. Que importante es la vida parroquial
Segundo, tenemos que AMAR A NUESTROS HERMANOS COMO NOS AMAMOS A NOSOTROS MISMOS. Jesús fue muy claro en el Evangelio: No podemos amar a los demás con justicia si no nos amamos a nosotros mismos sanamente. Tenemos que encontrar el equilibrio adecuado entre el amor a uno mismo y el amor al prójimo. Cualquier desequilibrio pone tensión en la relación.
Esto explica por qué la gente dice que está cansada, que se les acabo el amor, o que se sienten asfixiados por la relación. Si nos amamos más a nosotros mismos, nos arriesgamos a ver a los demás con desprecio. Cuando amamos más a los demás, nos arriesgamos a regalar todo dejándonos amargados. Por eso es importante el equilibrio.
Queridos hermanos y hermanas, busquemos estar cerca del Reino, pidamos la gracia, tenemos toda nuestra vida, podemos cambiar. Ahora mismo, podemos hacer algo para acercarnos a Dios: escuchémoslo, amemos a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos, y llevemos a otros a esta hermosa relación con Jesús.
Con mi oración, cercanía y gratitud.
Pbro. Lic. Andrés Figueroa Santos
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