En un informe de la OCDE sobre indicadores de salud en los países que lo conforman, se puede observar la distancia que existe entre Noruega y México. Los datos muestran por qué este país nórdico, es hoy para nuestro país y para varias naciones desarrolladas, un referente obligado en salud.
Pero, a esta misma conclusión se puede llegar al revisar otros informes de la OCDE, en sectores tan estratégicos como los de educación, seguridad social, pensiones, energía, comercio exterior, pesca, agricultura, ciencia y tecnología, y más.
Adicionalmente, en los rankings internacionales más prestigiados, como los de democracia (The Economist), desarrollo humano (ONU), para una vida mejor (Better life, OCDE), de felicidad (ONU), derechos humanos (Human Rights Whatch), política ambiental (ONU), combate a la corrupción (Transparencia internacional), Noruega también se ubica como líder o entre los primeros lugares.
¿Qué es lo que explica este éxito, al grado que se habla del ejemplo internacional del “modelo noruego” en cuanto desarrollo económico, político y social?
Pero Noruega, a lo largo de sus diez siglos de historia, no siempre ha tenido este perfil de nación exitosa. Hasta el siglo XIX fue un reino dependiente de sus vecinos Dinamarca y Suecia. Su economía era básicamente pesquera, agrícola, silvícola y de transporte naval. Su comercio estaba sujeto a los intereses de Reino Unido. A fines del siglo XIX y primer cuarto del XX, los campesinos desplazados del campo por los terratenientes y atraídos a las ciudades para ser obreros en un incipiente desarrollo industrial, fueron asolados por el desempleo, la pobreza y la hambruna. Mas de un millón y medio (casi la mitad de su población) emigraron a los EEUU.
Fue a partir de la 2ª mitad de ese siglo que, ésta pequeña y hasta entonces precaria nación, tuvo la audacia, energía, visión y sabiduría para tomar un camino original y pragmático, de orientación social demócrata, a fin de reconstruirse económica, social y políticamente, para transformarse de un país agrario y dependiente a uno industrial, moderno, desarrollado, sostenible, nacionalista, soberano, estable, inclusivo y democrático, que ha puesto el bienestar de su población por encima de las presiones internas de los grupos conservadores neoliberales y de las externas de organismos financieros internacionales, así como de los intereses de los bloques geopolíticos dominantes.
Pero además de los factores económicos y políticos, este éxito de Noruega, no se puede desligar de la tradicional identidad cultural y ética social de solidaridad y de trabajo responsable comunitario llamado “dugnad”. A esta tradición se ha atribuido también el alto grado de cooperación entre sus autoridades, empleadores, trabajadores y la sociedad civil.
Sin duda, aunque la iglesia luterana de Noruega, dejó de ser en 2017 su religión oficial, la moral que impregnó en la conciencia social de esa nación durante 4 siglos, ha ejercido una gran influencia en su cultura y ética nacional. Por otra parte, existe una valoración social del respeto, la educación, la limpieza, la honestidad y la puntualidad. Así mismo, aunque es un país muy rico, no es bien vista la conducta de las personas, los funcionarios del gobierno y las instituciones, si llegan a incurrir en ostentación o derroche. Inclusive, el mismo rey Olaf se comportaba de manera tan sencilla y común, que llegó a utilizar el tranvía público y sin guardia personal para trasladarse.
La educación formal también es un factor que contribuye al éxito. Noruega es un país con alto nivel de escolaridad. El 37% tiene estudios universitarios y el 82% terminaron su educación media superior. El 88% son lectores asiduos que leen en promedio 16 libros al año. Se trata de un pueblo que lee, escribe, critica y tiene una participación activa en todos los asuntos de su sociedad. En las elecciones parlamentarias del 2021, el 80% salió a votar. En los referéndums vota el 100%. Contrasta con lo de otros países como Chile donde el abstencionismo es hasta del 8O%. En las elecciones de México en 2024, no votó el 40% de los que tienen ese derecho.
Otro factor, es el compromiso y la capacidad del gobierno (su rey, primer ministro y consejo de gobierno), para que, sin importar si en algún período la conducción es de lideres de derecha o de izquierda, pongan por encima de sus diferencias el bien de toda su población, para esforzarse en identificar, conciliar y aprovechar, las oportunidades que la historia les ofrezca en los períodos críticos que ocurran.
Así, en 1969, el descubrimiento de sus grandes yacimientos de petróleo y gas, en un momento en que la economía mundial demandaba con urgencia esos energéticos, por la primera crisis mundial del petróleo en 1973, Noruega se posicionó como el primer productor y proveedor de ese energético en Europa.
Este país, calificado con democracia plena es una monarquía constitucionalista, un régimen político democrático parlamentarista, en un marco socialdemócrata, lidereado por laboristas, pero abierto a la participación de los conservadores y de la derecha en el poder legislativo y gobierno. Tiene una economía mixta de carácter social, que combina el libre mercado, con la rectoría y participación mayoritaria del Estado, el cual aplica una administración eficiente y escrupulosamente ética a los recursos que le confía el pueblo. Su posición ante la economía mundial globalizada, es de apertura y participación, pero nacionalista y soberanista.
Los hidrocarburos son propiedad nacional. Los maneja desde 1973 Equinor, una poderosa empresa del Estado, que tiene negocios en 36 países. Al estar comprometidos constitucionalmente con un sólido Estado de bienestar, defendido por sus parlamentarios, la mayor parte de la riqueza generada por su petróleo y gas, se aplica a los servicios públicos: educación, salud, seguridad social, vías de comunicación, etc.
Pero, la mayoría de los países suelen vivir etapas de crisis, escasez y abundancia. La diferencia esta como las afrontan. ¿Comparativamente con Noruega, qué ocurrió y qué hizo el gobierno de México, tomado como referencia 1969 en que se abrió un periodo histórico mundial decisivo?
En ese año de 1969, con una población de casi 50 millones de habitantes, nuestro país salía del período conocido como el “milagro mexicano”, en medio de una crisis político social que tuvo un punto de quiebre histórico en octubre de 1968. Sin embargo, pese a esta situación política crítica, nuestro país mantenía aceptables indicadores macroeconómicos, con un 6% de crecimiento económico anual
Echeverría Álvarez, primero como candidato y luego como presidente, propuso en lo político, una “apertura democrática” para hacer frente al descontento social por el autoritarismo y endurecimiento en la conducción del Estado. En lo económico, cambio el modelo de desarrollo estabilizador a uno de sustitución de importaciones que llamo “desarrollo compartido”, con prácticas proteccionistas (como la reducción o exención de impuestos a empresarios) a los empresarios nacionales del sector manufacturero.
Bajo esta política, destinó la mayor parte de los recursos de las finanzas públicas y del endeudamiento externo, en comprar y nacionalizar todo tipo de empresas frágiles o quebradas.
Los recursos financieros públicos fueron precisamente la de la industria petrolera, a la que sometió a una carga fiscal abrumadora, dejando así claro que este sector no fue una de sus prioridades.
Además. Se dejó de invertir en exploración, se perdió la autosuficiencia en petróleo, el cual tuvo que empezar comprarse en el extranjero, a los elevados precios determinados por la primera crisis mundial del petróleo determinada por la Guerra de Israel contra los países árabes y la negativa de los países de la OPEP de seguir produciendo y exportando petróleo.
Este conflicto mundial que supo aprovechar Noruega para impulsarse, empezó a hundir a México, en un ciclo de crisis que aún no termina del todo. El sexenio de Echeverría dejó deuda externa que creció en 500% y una industria petrolera frágil y vulnerable ante los vaivenes mundiales del precio de los hidrocarburos.
En Noruega, con la riqueza generada por su industria petrolera, el gobierno creó un Fondo Soberano (de 1.5 billones de dólares, es decir unos 30 billones de pesos), cuyos altos rendimientos, permitirá seguir beneficiando a las futuras generaciones. cuando se agoten o abandonen los hidrocarburos. También constituyeron el Fondo Global de Pensiones, que es uno de los mayores fondos soberanos de inversión del mundo, en el que invierten más de nueve mil empresas de setenta naciones. Cada niño noruego que nace tiene un patrimonio asegurado para que se desarrolle plenamente.
En México, en 1999 Ernesto Zedillo con el FOBAPROA cargó a las siguientes generaciones de mexicanos una deuda de 2 billones de pesos (a precios actuales), de la que debemos todavía 1 billón de pesos.
En 2017 el gobierno de Peña Nieto, declaró que, “la gallina de los huevos de oro”, es decir las reservas del petróleo mexicano, se había agotado. En una decisión respaldada por los legisladores y no cuestionada por el poder judicial, se decidió seguir con los gasolinazos y entregar los yacimientos de ese hidrocarburo a inversionistas privados extranjeros.
Finalmente, otro ejemplo de cómo el Estado noruego sabe aprovechar las oportunidades que el destino les ofrece, es el caso de la guerra de Rusia y Ucrania. Como resultado de la presión política y económica de EEUU sobre la Unión Europea, para que ésta aplicara embargos y sanciones a Rusia, esta nación que es era su proveedora principal de petróleo y gas, cerró las válvulas, dejando sin energía a los europeos. En esta situación, precisamente Noruega, como miembro de la Unión Europea y de la OTAN, fue la alternativa natural.
Así para los noruegos, se abre un panorama aún más promisorio y para los mexicanos uno incierto y cuesta arriba en la reconstrucción de su industria petrolera a fin de lograr que esta riqueza natural pueda, en un plazo mediato, beneficiar a todos y no solo a una élite nacional y trasnacional.
En conclusión: México y Noruega, son dos naciones bendecidas con la riqueza del petróleo, pero con gobiernos que a partir de los años 70’s, tomaron caminos muy distintos en la manera de administrarla y aprovecharla para el desarrollo nacional y beneficio de todos o de una élite. Los resultados que, hoy son evidentes en cada país, dicen claramente quién tomó el rumbo correcto para lograr en bienestar de sus pueblos.
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