Estimado hermano, en este vigésimo cuarto domingo del tiempo ordinario (Ciclo B), la Palabra de Dios nos habla con el Libro del Profeta Isaías (Is 50,5-9); el Salmo 114 (Caminaré en la presencia del Señor); la carta de Santiago (Stgo 2,14-18); y el Evangelio de San Marcos (Mc 8,27-35). El tema central: el discípulo debe asumir como experiencia fundamental el seguimiento; y es que solo a partir de esa experiencia se puede comprender con claridad la pregunta que Jesús nos hace: Y para mí, ¿quién es Jesús?
Deseo compartir esta reflexión en tres pequeños apartados:
El contexto: La crisis de Jesús en el Evangelio de Marcos. En este domingo hemos leído la parte final del capítulo 8, en la cual el Evangelista nos presenta el momento culmen (crisis) de la primera parte de su Evangelio.
Hasta el momento (primeros ocho capítulos) Marcos nos ha presentado, el inicio de la misión de Jesús y de su vida pública. Un Jesús lleno de entusiasmo y con grandes expectativas. Todo lo que ha realizado ha sido una práctica en pro de la vida, de la liberación del oprimido, y obviamente, del anuncio del Reino.
Pero, la realidad se impone: sus acciones han sido malinterpretadas y no han dado el resultado que Él esperaba. No provocan fe en el Reino, sino todo lo contrario, ceguera. ¿Qué ha logrado Jesús?: incomprensión, conflicto, fracaso. Su familia lo tiene por loco; el pueblo se queda en la inmediatez de sus curaciones; y las autoridades religiosas se quedan ciegas.
Ante esta realidad, Jesús se replantea su práctica. Es un momento duro, crucial para su identidad y la de los discípulos. La doble pregunta (¿quién dice la gente que soy yo?… ¿y, para ustedes, quién soy yo?) no es un juego literario, sino una cuestión vital. De ahí los dos correctivos:
La orden tajante de guardar silencio: La respuesta de Pedro que es ortodoxa en su formulación verbal, no corresponde a lo que Jesús piensa de sí mismo, ni a lo que Dios quiere de Él. Pedro anhela un Mesías triunfalista; algo totalmente opuesto al proyecto de Dios en Jesús.
La enseñanza y el anuncio para corregir lo que Pedro ha dicho y los discípulos piensan. Jesús ve su futuro tan evidente (es necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho…) y tan contrario al triunfo que ellos esperan, que les habla con claridad: padecer mucho, de rechazo y de muerte en la cruz. Jesús anuncia su pasión y su muerte trágica.
La crisis de los discípulos. Pedro no comprende, en su manera de pensar y de concebir el mesianismo de Jesús, le parece absurda su posición y su manera de ser Mesías. Por ello intenta convencerle y llevarle por otros caminos. La reacción de Jesús es dura e inesperada.
Lo peor, es que los demás discípulos tampoco han cambiado de idea ni de mentalidad. Se resisten a perder sus sueños y proyectos triunfalistas. Ante esto, Jesús los pone en crisis, e intenta romperles sus ‘proyectos’ triunfalistas o ‘sueños’ aspiracionistas respecto al Mesías. Por ello empieza a instruirlos.
Así que, seguir a Jesús supone y supondrá siempre ‘conflictos’, ‘sufrimiento’ y ‘muerte’. Jesús les replantea a sus discípulos, con mucha claridad, un nuevo comienzo: “El que quiera venir conmigo…” sepa que no se trata de seguir soñando triunfos ni proyectos aspiracionistas, sino de cargar la cruz y seguirle. Se trata de renunciar a los proyectos propios, de poder, a los intereses personales, y quizá, de perder la vida por Jesús y por la Buena Noticia (Evangelio).
Es una instrucción sin desperdicio, una instrucción muy clara, llena de fuerza, dura, radical y totalmente contraria al pensamiento y deseos de los doce.
El criterio del discernimiento para ser discípulo. Ante la doble crisis, el criterio para la vida discipular aparece con mucha nitidez: La única manera de estar con Jesús es cargar con su cruz y seguirle; la única manera de conservar la vida es ‘perdiéndola’ por Jesús y por el Evangelio.
La cruz del discípulo es consecuencia ineludible de las decisiones que debe tomar: totalmente inspirado en Jesús y en su Palabra. Recordemos: la más grande amenaza para la Iglesia y para cada uno de nosotros como cristianos, es rechazar la cruz.
Aceptar la cruz supone asumir la realidad conforme nos lo enseñó el mismo Jesús. Y en esa aceptación, nos guste o no, ahí está el Mesías, el Cristo. Ahí está nuestra redención y salvación.
Estimado hermano, pido a Dios te bendiga y que nos conceda en nuestro camino de fe, iluminados por la Palabra de Dios, preguntarnos: ¿quién es Jesús para cada para cada uno de nosotros? y responder con una auténtica vida discipular. Bendecido domingo, y por favor, no te olvides de rezar por la conversión de un servidor y la de todos los sacerdotes de nuestra iglesia diocesana.
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