Ni a mi peor enemigo se lo deseo, porque equivaldría a ser el más duro momento que vivirá, más aún porque no conoce los efectos y la huella que le deja el sentir que casi se abre la tierra bajo sus pies y le faltan manos para aferrarse a una tabla salvadora.
Cuando llegue a la Ciudad de México a estudiar la universidad allá a finales de los 70, el tema estaba en boca de todos y al principio sentí temor, porque nunca en mi vida me cruce con un temblor de tierra, esos que marean, que te arrullan y te confunden cuando son de un nivel insignificante.
Viví el primero en un modesto restaurante, donde se empezaron a mover solas las lámparas que colgaban del techo, lo que hacía que algunos comensales se pararan de inmediato de su asiento sorprendidos y desorientados, porque a lo mejor estaban ya midiendo el peligro.
Pero no, viví muchos más en calma, hasta que, en 1985, a eso de las 7 de la mañana, estaba en casa vistiendo a mi hijo Said para llevarlo al jardín de niños, cuando de pronto se escuchó un fuerte crujido, como un lamento que me obligo a tomar al niño en mis brazos y salir corriendo a la calle.
Las ramas de los árboles se movían de un lado a otro y eran fuertemente sacudidas por el viento y los gritos de los vecinos ya en la calle eran aterradores porque los postes de la luz eléctrica tronaban como si se fueran a caer y hacían que chocaran los cables soltando chispas.
Como se pudo apoye a mi suegra y a mi suegro para que salieran de la casa y se pusieran a salvo, mientras que la gente corría toreando a los autos que circulaban sin control, porque el terremoto los movía y casi se subían a las banquetas.
El movimiento telúrico ceso y en la colonia Industrial el movimiento tuvo un leve efecto, pero en otros logares lo mismo no se puede decir.
Ya un poco repuesto y de regreso a casa, le dije a mi esposa Blanca que tenía que asistir a mi lugar de trabajo que era la agencia Notimex en el área de noticias internacionales, por lo cual partí hacia ese lugar, pero tuve que cruzar por la zona de Tlatelolco, donde los agentes de vialidad frenaron la circulación.
Descendí del autobús y continúe a pie y sorprendido vi edificios desplomados que daban la cara a la avenida Reforma, de los cuales por las ventanas colgaban cuerpos destrozados, muchos gritos aterradores
y un gran movimiento de patrullas y ruidos de sirenas que me dejaron una impresión indescriptible.
Alguien se acercó a nosotros, a los curiosos, y nos pidieron que, si queríamos participar como voluntarios, a lo cual accedí, Me inyectaron algo en el brazo y junto con muchos más nos subieron a la enorme caja de un camión de volteo que nos llevó a Ciudad Satélite, donde en realidad el terremoto no destruyo así los edificios, o sea como una estrategia para evitar la presencia de los mirones.
Pero no, junto con un joven pelirrojo nos separamos del grupo de voluntarias y como se pudo llegamos a un enorme estadio deportivo cerca del centro del DF, donde desde lo alto vimos cientos, tal vez miles de cuerpos acomodados en las cancha y cubiertos con sábanas blancas repletas de sangre.
Un día después, me toco sentir la réplica del terremoto en el edificio de Notimex en el quinto piso, de donde salimos corriendo hacia una plaza al aire libre, desde donde vimos cómo se reventaban los enormes vidrios de las ventanas y caían hacia la calle.
El centro del DF quedo destrozado al igual que otros lugares y las autoridades no se cansaban de informar que fueron cerca de 500 los decesos, cuando en realidad otros hablaban que fueron entre 5 mil o tal vez más, por la magnitud que alcanzo el terremoto y su réplica en la capital mexicana.
Por eso es bueno que Ciudad Victoria participe este jueves 19 de septiembre en un simulacro nacional y que Protección Civil municipal visite 50 edificios públicos y planteles escolares, para poner a prueba la capacidad de respuesta de la población en caso de un desastre.
Para el alcalde de esta capital Eduardo Gattas Báez, esto es importante y en esto él tiene razón, más aún cuando se acaba de registrar un temblor de cuatro grados en Palmillas, lugar ubicado a 73 kilómetros de Ciudad Victoria.
La espera que la ciudadanía participe y que tome conciencia de que se debe estar preparado para todo.
Por eso, es, que no le deseo ni a mi peor enemigo que viva esto que paso en 1985 en el D.F. o algo semejante
Porque todo eso, aun no lo puedo, olvidar.
Correo electrónico: tecnico.lobo1@gmail.com
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