Estimado hermano, en este décimo octavo domingo del tiempo ordinario (Ciclo B), la Palabra de Dios nos habla con el Libro del Éxodo (Ex 16,2-4.12-15); el Salmo 77 (El Señor les dio pan del cielo); la carta de San Pablo a los Efesios (Ef 4,17.20-24); y el Evangelio de San Juan (Jn 6,24-35). El tema central: Jesús nos invita a trabajar para conseguir el alimento que da la vida eterna, reconociéndolo a Él como enviado de Dios.
Deseo compartir esta reflexión en cuatro pequeños apartados:
El contexto. El discurso sobre el pan de vida se halla polarizado en torno al eje fe-rechazo: fe en Jesús como enviado de Dios y pan de vida; rechazo del mismo por parte de la gente.
La perícopa inicia con una escena introductoria: los que habían comido el pan, buscan a Jesús, deseosos de continuar en la misma situación de éxodo que les asegura el sustento, gracias a la acción de un líder, sin esfuerzo propio. Al encontrarlo, Jesús les advierte que su búsqueda es equivocada.
Ellos le preguntan entonces qué obras (en plural) deben hacer para aprovecharse de sus signos (milagros). Se trata de su habitual mentalidad de confiar sólo en las propias obras. Jesús sale al paso del malentendido diciéndoles que basta una sola obra: creer en Él.
Les explica que no basta con encontrar solución a la necesidad material, sino que hay que aspirar a la plenitud humana, y esto requiere colaboración de ellos. Jesús, nos invita a trabajar por conseguir el alimento que dura, el que da la vida sin término, dándole adhesión a Él como enviado de Dios, (Jn 6,25-29).
Así entonces, la multitud exige pruebas para justificar dicha pretensión, piden una señal parecida a la del maná del desierto (Ex 16,12-15). Ante la exigencia, Jesús insiste en la distinción: el mana no era pan del cielo, ni dio vida definitiva; ésta la da otro pan que tiene su origen en el Padre.
Él, Jesús, es el verdadero pan del cielo que da vida al mundo y satisface toda necesidad de las personas. Pero, el deseo de ellos es ineficaz porque no quieren comprometerse con Jesús (Jn 6,30-36).
Malentendidos y desigualdades de ayer y hoy. Cuando Jesús les echa en cara a los judíos que le buscan solo con el fin de comer hasta saciarse, ellos le preguntan qué obras deben hacer para aprovecharse de sus signos (milagros). Jesús les dice que basta una sola obra: creer en Él.
Y cuando responde a la pregunta sobre los signos (milagros) que hace para que crean en Él les habla del “pan del cielo”, los judíos ni entienden ni sospechan que ese pan de vida lo tienen delante (es Jesús mismo). Ellos (judíos) están pensando solamente en un alimento que llene su pancita, en un nuevo mana milagroso.
En nuestros días, sigue sucediendo el mismo malentendido. Muchas personas se mueven exclusivamente por el afán de acumular, tener bienes materiales y disfrutar al tope de ellos.
Esa ansiedad insaciable de poseer, consumir y gozar acaba por sofocar todo otro modelo de vida motivado por la igualdad, la solidaridad y una auténtica fraternidad. El evangelio no interesa, así es casi imposible comprender a Jesús, ver sus signos (milagros) y creer en Él.
Creer en Jesús, pan de vida. Para muchas personas del mundo de hoy, creer en Dios y en Jesús, trabajar por el alimento que da vida eterna, se ha convertido en algo innecesario, superfluo y carente de interés; algunos incluso dicen, pasado de moda.
Hoy, muchas personas viven al margen de Dios, intentan dar sentido a sus vidas desde otras coordenadas (materialismo, poder, apariencia, etc.). Lo peor, es que ni siquiera figura Dios y el Evangelio en sus vidas. El lugar que ocupaba anteriormente la fe, ha dejado en las personas un vacío difícil de llenar y un hambre que debilita la vida misma.
Con frecuencia, esas personas buscan “lideres” que les ahorren esfuerzos, que les realicen ‘milagros’ que les resuelvan las dificultades de la vida. Justo así, es como la gente del Evangelio que busca a Jesús: no como un Salvador, sino como un solucionador milagroso de problemas.
Pero la respuesta de Jesús es inesperada: para tener vida se requiere adhesión al proyecto de Dios y pan que dé vida al mundo. Si nuestros días, semanas, meses o años pasan solo con la preocupación de tener, de acumular y sin vivir de verdad, no nos debe de pasar inadvertida la afirmación interpeladora de Jesús: “Yo soy el pan de vida.”
El miedo a la libertad. El camino que nos propone Jesús no es fácil. Tendemos a perdernos en recodos, nos desalienta el esfuerzo por hacer, vamos de un sitio a otro en busca de soluciones fáciles, de milagros.
El pueblo judío, en su camino a la tierra prometida, en un momento se volvió contra Moisés (Ex 16,2). Las dificultades le hicieron añorar su antigua vida mediocre, pero conocida. La libertad le dio miedo, quiso regresar a la seguridad de la opresión y del maltrato.
Esa es justo la tentación de muchos creyentes, por esta razón Jesús nos dice: “no me buscan por haber visto signos (milagros) sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna.
El miedo es lo propio del “hombre viejo” que busca seguridades. Las circunstancias que vivimos pueden ser oscuras, tormentosas; tal vez sentimos que el piso se nos mueve, y mucho. Pero, aunque no veamos claro el camino, Dios trabaja para que nos revistamos del hombre nuevo y tengamos vida eterna.
Las obras de Jesús dan testimonio de que Dios es vida. Nuestras propias obras harán saber a otros que creer en Jesús es no tener miedo, y que es necesario seguir caminando hacia la promesa de libertad y vida.
Estimado hermano, pido a Dios te bendiga y que nos conceda una fe grande que habite totalmente en nuestro corazón y nos permita trabajar por conseguir el pan de vida eterna. Bendecido domingo, y por favor, no te olvides de rezar por la conversión de un servidor y la de todos los sacerdotes de nuestra iglesia diocesana.
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