(Hechos de los Apóstoles 9,26-31; Salmo 21; 1ª Carta del apóstol San Juan 3,18-24 y Evangelio según san Juan 15,1-8).
Queridos hermanos, podríamos decir que hemos llegado a la mitad del tiempo pascual, al quinto domingo donde la liturgia de la Iglesia nos presenta las lecturas arriba señaladas. Llama la atención que en el Evangelio aparece siete veces la palabra “permanecer” en diferentes conjugaciones y seis veces la palabra “fruto”. Esto nos indica la importancia de éstas dos realidades en el mensaje de Jesús.
En la vida experimentamos diversos “apegos y adherencias” (misal mensual, Buena Prensa), por ejemplo a los alimentos, al vestido, a la salud, a personas. Algunas pueden ser malas o hasta peligrosas. Pero en el Evangelio el Señor nos muestra nuestra absoluta necesidad y sana dependencia con respecto a su persona y a su Palabra: “sin mi nada pueden hacer” (Jn 15,5), dirá en el texto.
Hemos dejado atrás los domingos donde se narraban las diversas apariciones de Jesús resucitado a diferentes personas (los apóstoles, las mujeres, la comunidad, etc.). El domingo pasado reflexionábamos sobre la figura del Buen Pastor y ahora nos presenta la vid y los sarmientos, una imagen ordinaria para los judíos de los tiempos del Evangelio. Todos podemos entender que los frutos que encontramos en las ramas de un árbol deben estar unidas al mismo, para que tengan vida y den fruto.
¿Cuáles son los signos de esa permanencia a Jesús y al mismo tiempo cuáles son esos frutos? La primera lectura nos presenta el tema de la comunión con la comunidad. Señala que después de la conversión de San Pablo, luego de su encuentro con Cristo resucitado, se integró como apóstol a la Iglesia naciente. Un signo de “permanecer unido a Jesús” es la unidad con la Iglesia de Jesucristo. Dicen algunos “Cristo sí, Iglesia no”; pero nosotros decimos que no podemos ser discípulos sin la comunidad cristiana.
El otro signo de permanecer en Jesús y al mismo tiempo un fruto de esta comunión con Dios es el tema del “amor” que nos señala la segunda lectura: “No amemos solamente de palabra, amemos de verdad y con las obras”. Quien ama permanece en Dios y Él habita en su corazón. Pero ese amor no es etéreo, intelectual, o está en el aire, sino que se debe vivir en una comunidad cristiana concreta. Ésta puede ser la familia, los amigos, el pequeño grupo, pero también esta referida a la Iglesia.
En el nivel humano podremos hacer muchos planes y proyectos interesantes o gratificantes, pero lo más esencial se juega en nuestra relación con Jesús. Con el Evangelio podemos decir que la vitalidad está en Cristo. Separados tendremos apariencia de vida pero no podremos dar fruto. No es solo decirle a Dios “sí” sino permanecer.
¿Cuál es el fundamento de la permanencia? Su Palabra. Dice el Evangelio “si mis palabras permanecen en ustedes”… Debo dejarme “lastimar” por esas palabras, hacerlas mías, ponerme bajo el impacto de esa Palabra, no salirme del alcance de ella. Esa era la tarea de los discípulos de la antigüedad, repetir en la memoria las enseñanzas del maestro y dejar que sigan resonando y haciendo eco en el interior y en la vida.
Permanece unido a Jesús los esposos que se esfuerzan por amarse como Cristo ama a su Iglesia; el empresario que trabaja por el bien común y observa la justicia social en su empresa y con sus trabajadores; el estudiante que lucha por vivir los mandamientos a contracorriente en una sociedad descristianizada; los bautizados que buscan su confesión frecuente y su comunión dominical en medio de una comunidad cristiana. Así darán gloria al Padre y serán discípulos de Jesús.
¿Cuáles son los signos en mi vida que muestran que permanezco unido a Jesús? ¿Cuáles son los frutos que estoy dando? Queridos hermanos, la invitación de este domingo es a no estar “desconectados” de Cristo a través de su Palabra y a dar frutos en nuestra vida, entre ellos la comunión con la comunidad y la vivencia del amor fraterno.
Que tangan un bendecido domingo.
P. José David Huerta Zuvieta
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