En estos días en que nos encontramos al borde del año que termina y del que inicia, se alternan y conviven momentos y emociones de felicidad y de nostalgia, de alegría y tristeza, en una concentración de los claros y obscuros que conforman la vida.
Además, como la tradición y el ritmo de la actividad laboral, nos dan una pausa para estar con nuestra familia y con nosotros mismos, es inevitable, aunque sea superficialmente, el revisar en perspectiva lo que vivimos en el pasado inmediato y esbozar una visión de lo que suponemos y deseamos que suceda en nuestras vidas, nuestro entorno social y mundial, en el 2024 y más allá.
La incertidumbre y el temor al futuro. Son los sentimientos dominantes que, dejaron como saldo la prolongada crisis económica de 30 años de neoliberalismo desenfrenado, coronada de 2010 a 2022 por el asalto de la pandemia del COVID-19, que envolvió el arranque del proyecto de la 4T.
Aunque ya estamos en la postpandemia y en 2023 hay resultados económicos que muestran una recuperación incipiente, muchos mexicanos siguen impregnados de estos sentimientos. Una mezcla de miedo e ilusión sobreviven.
Cuando nos concentramos en nosotros mismos, en el corto y egoísta contexto temporal de nuestra vida humana, puede ocurrir que pensemos que el fin no tiene remedio y que no hay esperanza para un reinicio. En esta situación muchos recurren a la filosofía, la metafísica, la religión y la espiritualidad para encontrar una respuesta y un alivio basado en la racionalidad, la fe y el dogma. Otros simplemente cierran los ojos y continúan sin cuestionar su destino.
Pero hay quienes acuden a escuchar lo que dice la ciencia, la cual afirma que, aunque cada proceso tiene una etapa final, al mismo entraña el inicio de un nuevo ciclo, que se repite en fluctuaciones de manera infinita. Al parecer este principio priva igual para el microcosmos, que para el macrocosmos.
Así, a escala del universo, los hallazgos de la astrofísica señalan que se originó en un evento singular llamado “bing-bang”, hace unos 3800 millones de años. Sin embargo a partir del inicio de la operación del telescopio espacial James West en julio de 2022, se cuenta ya con la evidencia de que apenas después de 800 millones de años después de ese origen, surgieron agujeros negros y galaxias, lo cual indica que o bien esta “singularidad” inició más allá de los 3800 millones de años o no hay tal inicio, sino solo el paso de un ciclo de expansión a otro de contracción, tal como desde hace varias décadas lo viene afirmado el astrónomo, y matemático inglés Roger Penrose. Esto significa que no hay un inició único y un final definitivo para la vida del universo.
La noticia es que el final del ciclo actual, no está muy lejos, porque dada la acelerada expansión del universo, los astrofísicos afirman que en unos 100 o 200 millones de años, se apagaran las estrellas, el cosmos quedará a obscuras, se enfriará e iniciará su contracción.
Ahora, si se trata de la galaxia Vía Láctea, que es en la que se encuentra nuestro sistema solar, se sabe que surgió solo un millón de años después del bing-bang y se estima que en unos 4 mil millones de año colisionará con la galaxia Andrómeda que es la más próxima. Pero eso tampoco destruirá de manera directa e inmediata a nuestro sistema solar, sino que aumentará su densidad y su gravedad arrojándolo fuera de las dos galaxias fusionadas.
En cuanto a nuestro Sol, por su categoría dada por su tamaño y energía potencial, se calcula que su esperanza de vida es de 10 mil millones de años. Como su formación data de unos 4 600 millones de años, entonces le restan unos 5 400 millones de años en que, al agotar su hidrógeno y aumentar el consumo de su helio, empezará a expandirse hasta alcanzar unas 25 veces su tamaño actual para convertirse en una estrella gigante roja. En ese proceso se tragará a Mercurio y a Venus. La tierra tendrá la oportunidad de mantenerse físicamente; aunque la vida en ella tal vez sea destruida.
Sobre el extraordinario y milagroso proceso de la vida, aunque todavía no se sabe con certeza como se originó, hay evidencia fósil de que hace unos 3800 millones de años (solo un millón de años después de la formación de la tierra) ya existían cianobacterias (que respiraban nitrógeno) que, como remotos ancestros de todos los seres vivos, después de una larga evolución, dieron origen a organismos tan complejos como los humanos.
Gracias a la capacidad de adaptación de la vida a los cambios catastróficos de origen geológico (erupciones volcánicas, terremotos), astronómico (meteoritos) y ambiental (glaciaciones y calentamiento global), ha sobrevivido, por lo menos a 5 grandes “extinciones”. La última ocurrida en el período cretácico, hace unos 65 millones de años, causada por el meteorito Chiczulub, que cayó en la península de Yucatán y que terminó con casi todos los dinosaurios, sobreviviendo las aves y algunas especies menores e insignificantes en ese momento crítico, como los mamíferos de los que descendieron los antropoides y el género homo. La lección es que, a cada extinción masiva, siempre le ha seguido una acelerada evolución de la vida, que la renueva, la diversifica, la hace más compleja y la mejora. Por ello después de la eventual extinción de la humanidad, persistirá y evolucionará la vida, el planeta, el sol, la vía láctea y el universo.
Así que hoy, debido a los procesos geológicos naturales de la tierra y del carácter depredador y destructor del modo de producción, de consumo y de organización social de la economía capitalista industrial, nos encontramos en la vía de la sexta gran extinción.
Varios investigadores han empezado a denominar nuestra era geológica como antropoceno o capitaloceno, por el impacto destructivo de la actividad del homo sapiens sobre el planeta después del paleolítico superior.
Nuestra especie surgió una hace unos 200 mil años. Tomó su forma actual hace unos 12 mil años, con la revolución neolítica en que el hombre inventó la agricultura, la ganadería, la guerra y la vida sedentaria en aldeas y en grandes ciudades, alimentándose de manera suficiente y regular con carne, lácteos y diversos cereales: dejando atrás la vida nómada en grupos familiares, basada en la recolección, la caza y la pesca, con una alimentación frugal e irregular basada en raíces, hojas, frutos, semillas y eventualmente carne.
El astrofísico y matemático Richard Gott estimó, en base al método de Copérnico, que la humanidad se extinguirá en unos 5000 o 7000 años. En ese período de tiempo, nuestra especie transitará por etapas trans y post humanas, basadas en tecnologías avanzadas (ingeniería genética, robótica, cybors, inteligencia artificial) para mejorar sus capacidades, prolongar su vida y acariciar la inmortalidad.
Aunque el modo de producción capitalista está agotado como modelo sostenible de largo alcance que asegure la salud del ambiente y de la mayoría de la población, y la democracia ha demostrado su extrema vulnerabilidad ante imperativo de lucro de las fuerzas del mercado, no hay todavía una claridad de los modelos que los podrían sustituir, ni hay suficiente conocimiento de las consecuencias que tendría, en los humanos y la sociedad, un cambio radical en su modo de vida tal como lo conocemos.
Por otra parte, tal como lo afirman los futurólogos, en la humanidad, un sector privilegiado de ella o lo que reste de la misma, tomará la opción de emigrar a otro planeta. Cuestión, de la que ya se ven los preparativos, aunque por ahora parecen estar fuera de nuestra capacidad económica y tecnológica.
Desde luego este futuro predecible puede verse interrumpido por la colisión de un gran asteroide, por magnos fenómenos geológicos, climáticos o biológicos como una pandemia y desde luego por la temida una guerra nuclear.
Si nuestra esperanza de vida es de 75 y máximo de 100 años, comparada con la magnitud de los periodos de tiempo (cientos, miles y millones de años) en que ocurrirán los procesos antes descritos, más que preocuparnos, deberíamos aumentar nuestra conciencia del privilegio invaluable que tenemos de vivir y de ser parte de este milagro.
Y de que más allá de nuestra limitada, corta y frágil vida individual, tal como lo enseñó y explicó el distinguido científico tamaulipeco Dr. Ramiro Iglesias Leal, somos también seres cósmicos, irrepetibles, que año con año celebramos la vida e iniciamos un nuevo ciclo con firmes propósitos de disfrutar y mejorar nuestra existencia y la de nuestros seres queridos.
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