El nombre de Sara de origen hebreo (Śārāh) en su variante al español. Significa
‘princesa’, nombre del personaje bíblico del libro del Génesis, mujer del
patriarca Abraham; se calcula que los hechos de su vida ocurrirían hacia el 1800 a. C.
Hablar de mi Sara, es referirnos a la mujer mexicana, latina, de un nombre común, no
corriente, caracterizada con la mujercita de una gran ciudad, del estado que usted señale,
simplemente de una urbe.
Sara no solo es un nombre de mujer. Es historia, es pasión, es enseñanza, es ejemplo,
No es un personaje de la política nacional o sindical, religiosa o deportiva. Es simplemente
la mujer que se admira por su roll, que no solo desempeña, sino que representa al progreso,
a la evolución, a la aspiración, a la enseñanza con el ejemplo de la familia, a la sociedad
con la que convive sin importar intereses.
La historia de esta mí, Sara… dice de una mujer bajita de estatura, tez morena clara,
bonita y hasta preciosa… sin edad porque su imagen siempre está en el sendero del trabajo,
del estímulo incansable por llegar, con el acervo cotidiano de una historia propia digna de
ser contada.
Sara se comprometió al amor y en su nombre empeñó su palabra en matrimonio, pero
antes de dar el paso final se dio cuenta que su verdadero amor estaba en otra persona, en los
ojos verdes, en la finura caballerosa y amable del hombre que supo ganarse primero su
atención, luego su simpatía y finalmente el cariño convertido en un sólido amor.
Las trampas sociales, auspiciadas por el gobierno, hicieron mella por el alcoholismo
del ojiverde esposo, y padre de los hijos que procrearon, sufriendo por la penosa adicción
no solo penurias financieras sino los fantasmas propios de esta enfermedad social.
La necesidad de dar de cobijo y sustento a sus hijos obligó a Sara a lavar y planchar
ropa de las vecinas, a revender carne comprada en el rastro de la gran ciudad, alquilar las
pequeñas manos de sus hijos mayores ya como pequeños sirvientes de casa o empleados de
comercios domésticos, hasta acarreando agua para contribuir a la muy precaria economía
familiar.
También conocida “la señora que inyecta” porque aprendió esta acción de enfermería,
le llevó hasta las puertas del Hospital General de la entonces Secretaría de Salubridad y
Asistencia (S.S.A.), en la CDMX, donde recibió un curso pagado de auxiliar de enfermería,
puerta de confianza para el cambio financiero familiar que permitió hasta la mudanza y un
rumbo diferente.
Sara y Luis perdieron a dos de sus hijos, el mayor que apenas vivió dos días; el
segundo, apenas a tres días de cumplir 18 años. Sin embargo, los hijos menores (dos
hombres y dos mujeres), lograron por lo menos una licenciatura en educación, luego por
ellos mismos lograron estudios extras.
La excelente figura el marido y padre de los hijos de Sara, se vio muy mermada por el
alcohol al grado que vivieron juntos, hasta la misma muerte de aquellos ojos verdes, piel
blanquísima y bigote siempre bien cortado, estatura de la pareja de vida de la enamorada
mexicana.
Las sorpresas inexplicables de la vida nunca terminan y los misterios aparecen sin
razón y en el velorio de la abuela, nuestra Sarita se quejó de un fuerte dolor de espalda que
no se quitó ni con inyecciones de las catalogadas ‘fuertes’ por lo que fue remitida por sus
cuatro hijos al hospital, por lo que no pudo estar en el sepelio de su propia madre.
La consecuencia fueron dos microcirugías de columna vertebral por una malformación congénita que siempre acompañaron sus hijas menores. Más la menor que vivía a su lado y coexistió experiencias severas que, finalmente la llevaron a unirse con sus hijos mayores, su esposo y sus padres, por la diabetes.
Las movilidades de las extremidades inferiores poco a poco se apoderaron de la que
era considerada incansable Doña Sarita, hasta que sus ojos finalmente se cerraron ese 31 de
octubre, hace 18 años.
En Tamaulipas, en México, en el mundo, estoy seguro se identifican mujeres como la
Sara que describo y su número crece con la categoría de luchadoras por su cónyuge y su
familia, intentando vencer los estragos del alcoholismo y las trampas de la vida y desde
luego, buscar las renovadas agallas para no descuidar la educación de los infantes.
¿Cuántas Saras se cansaron de deambular ofreciendo sus servicios domésticos?
¿Cuántas han visto un día diferente? ¿Cuántas han mudado a una dieta diferente, un calzado
que ya no conoce ‘el sabor del chicle pisado’?
A ti Sara, a 18 años.
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