Queridos lectores, les saludo con el gusto de siempre, esperando se
encuentren bien. Las lecturas dominicales que la Liturgia de la Iglesia nos propone
son las siguientes: Isaías 55,6-9, Salmo 144, Filipenses 1,20-24.27 y Mateo 20,1-
16. Enseguida les comparto una breve reflexión sobre la Palabra de Dios,
especialmente el Evangelio.
La Liturgia del hoy nos propone nuevamente otra parábola, que solo presenta
el evangelista Mateo. Pasamos del capítulo 18 (domingo pasado) al capítulo 20. La
historia versa sobre un patrón que tiene una viña y sale, a diferentes horas del día,
a buscar trabajadores, prometiéndoles pagarles a todos un denario, no importando
las horas de trabajo. Esto hace inconformarse a los que fueron invitados en las
primeras horas del día, porque se les hace injusto.
La respuesta del patrón es la siguiente: “Amigo, yo no te hago ninguna
injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario?..¿Qué no puedo
hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?”.
Y termina con una conclusión: “los últimos serán los primeros, y los primeros los
últimos”.
El relato anterior a esta parábola es la historia del joven rico que no fue capaz
de renunciar a sus bienes para seguir a Jesús. Allí encontramos que el joven le
llama “bueno” al Maestro. Y se hace la pregunta: ¿entonces quién se puede salvar?
Pareciera que, como el joven rico, muchos de nosotros tenemos la idea que
solamente es necesario cumplir los mandamientos, seguir a Jesús y aseguramos la
vida eterna. Pero el evangelio de hoy introduce algunos puntos a considerar.
La salvación no puede ser una obra humana; el hombre no puede
autosalvarse, darse a sí mismo la salvación. Ésta es una invitación de Dios, como
en la parábola de hoy. Es un regalo, una gracia, un acto de misericordia de un Dios
de bondad.
Podemos pensar en los últimos que fueron invitados a trabajar. Ellos tuvieron
una recompensa inesperada, sobreabundante, inmerecida a los ojos humanos pero
comprensible a los ojos de Dios, porque él nos ve con amor y es generoso siempre.
Esta es la experiencia de la salvación.
Desgraciadamente en nuestros días la lógica destructiva del mundo se
manifiesta en el éxito a toda costa, pisotear a los demás para sobresalir, los cálculos
escrupulosos sobre lo que nosotros consideramos como bueno y como justo. Pero
debemos reconocer con el Evangelio que los criterios de Jesús no son los nuestros,
que no nos gustan, y enseguida entrar en una dinámica de conversión, porque
nuestra manera de ver la vida, la realidad, la propia verdad, está torcida,
equivocada.
En la historia de la salvación podemos encontrar la aplicación del principio
evangélico “los últimos serán los primeros”, por ejemplo, el rey David, quien no era
candidato al reinado, las mujeres estériles de las que Dios se valió para otorgar
descendencia, o el mismo Papa Francisco cuando fue elegido Sumo Pontífice, que
no era un posible candidato.
La lógica del Evangelio rompe esquemas. Los judíos se sentían como los
trabajadores de las primeras horas, quienes acompañaron a Jesús desde el inicio
de su vida pública. Pero más adelante se incorporarán los paganos, en las últimas
horas, y hay envidia porque Dios les bendice y les da el mismo pago que a los
primeros.
“Yo soy bueno”, dice el patrón de la parábola, que representa a Dios. La
bondad y la misericordia divinas no coinciden con nuestros conceptos o esquemas.
Nosotros pensamos que cada quien recibe el fruto de sus esfuerzos. Pero en el
salmo hemos dicho que el Señor es bueno para con todos, es justo en sus designios.
La primera lectura nos recordaba que Sus pensamientos no son nuestros
pensamientos, Sus caminos no son nuestros caminos.
La parábola finalmente nos presenta el hecho de que “todos deben tener la
oportunidad de dar algo en el Reino, en la Iglesia”. Y de la misma manera, todos
merecen ser recompensados. El Señor no se da por vencido, quiere dar “algo”
(trabajo y la salvación) a todos.
Queridos hermanos, quienes ya están colaborando en el Reino con su trabajo
y compromiso, den gracias a Dios por haber sido llamados. Y quienes aún no tienen
este encuentro con Jesús, podemos decirles, nunca es demasiado tarde para
encontrar un sentido a nuestra vida. El Señor nos invita, nos llama y nos asegura
ser justo con nosotros. No envidiemos a quienes se han incorporado después.
Escuchemos la voz de Jesús que nos dice: te necesito, eres importante, tu
trabajo cuenta en el Reino.
Que Santa María interceda por nosotros para sentirnos llamados a colaborar
en la Iglesia. Que tengas un bendecido domingo.
P. José David Huerta Zuvieta
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