Saboreando un elote en la plaza Hidalgo, la rolliza joven exclama que le emocionan mucho los festejos septembrinos porque hay comida en las casas, en escuelas y hasta en los sitios públicos. Sus amigas la miran aburridas tirando mordidas a las tiernas mazorcas cocidas. Todas sonríen cuando algún transeúnte les lanza piropos, algunos subidos de tono que ellas celebran primero con risillas nerviosas, luego a carcajadas.
Lucía (así le dicen sus acompañantes) es una joven que apenas pasará de veinte años y sorprende a quienes la escuchan cuando dice que es madre soltera (enviudó precozmente), cuida a su mamá y a cuatro hijos producto de un matrimonio en la adolescencia. Su difunto como ella le llama se convirtió en daño colateral por estar en la hora equivocada en medio de una balacera entre jóvenes violentos que lo mismo secuestran que asaltan establecimientos comerciales.
Mientras sigue admirando las banderitas colocadas para festejar la independencia de México, esboza una sonrisa triste al recordar que con catorce años quedó embarazada de su entonces novio quien era desempleado y huérfano (doble orfandad, sin padre y sin trabajo), así que se fueron a vivir con la mamá de ella que por entonces no estaba tan enferma. Se dedicaron a tener hijos hasta el día que al joven padre le arrebataron la vida frente a una tienda de conveniencia. Muerto en la calle, sus hijos vivos pero en la calle.
-Cuando encargué mi primer hijo fui muy feliz en medio de mis pobrezas porque cuando eres adolescente todo te parece fácil. No me importó que me regañaran por salir panzona ni que me dijeran que no tendría fiesta de quince años. Todo me valía madre, yo había conocido muy temprano el amor y eso bastaba para que yo viera mi Victoria a colores. De la mano de mi compañero recorría las calles del centro y estar juntos era algo así como haber logrado nuestra independencia. No teníamos adornos como estos días de septiembre pero estando los dos juntos saltaban chispas.
Mientras se encaminan hacia la plaza Juárez atraídas porque el gobernador Américo Villarreal Anaya ofreció cena para todos los asistentes al Grito de Independencia, las tres jóvenes morenas se abrazan por la básica emoción de estar juntas y Lucía, tocándose las abundantes caderas dice: -qué bueno que tengo éstas, me han sido muy útiles desde que tengo que ofrecerme por dinero a los hombres. Ser joven también me ayuda pero la mayoría de los señores me prefieren por no estar flaca.
Lucía, Aylín y Francis son amigas porque las tres viven por el rumbo de la torre nueva, se dedican a hacer la calle, han aprendido a lidiar con borrachos, acosadores y gorrones sin contar que hay que cumplir con el registro periódicamente para que las fuerzas del orden no las multen. Aunque las tres tienen hijos que mantener se comportan como mujeres libres y orgullosas de haber alcanzado la independencia respecto a sus familias y han dejado de añorar a los padres de sus críos.
Aylín se embelesa con los adornos de la plaza y expresa: -qué bonitas son las fiestas de la independencia y, con el mismo entusiasmo, Francis agrega: -qué suerte poder ir al concierto, ver al gobernador aunque sea de lejos cuando toque la campana y grite los nombres de los héroes. Faltando a su costumbre, Lucía había permanecido callada un buen rato pero, al notar la euforia de sus colegas sentenció: -quizá logremos nuestra verdadera independencia cuando crezcan los hijos; entonces seremos libres y felices.
Correo: amlogtz@gmail.com
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