En este evangelio, Jesús nos muestra la manera de corregir al hermano, la forma
de afrontar las situaciones que se presenten en nuestra comunidad, la iglesia, pero
también aquellos roces o situaciones comunes que se presentan en nuestra familia,
y Él, a través de su palabra, nos muestra pautas para hacerlo de manera correcta.
Nos podemos preguntar: ¿Qué actitud tomamos ante estas situaciones?
¿Buscamos ayudar a nuestros hermanos a corregir sus faltas como nos lo muestra
Jesús en su palabra? O ¿Qué actitud tomamos al respecto? A lo mejor por eso, en
diversas ocasiones, en lugar de lograr nuestro objetivo, provocamos el enojo en
nuestros hermanos y que se alejen de nuestro lado.
Este evangelio nos debe de confrontar a ti y a mi sobre cuál actitud debemos de
tomar con aquella persona que falla, de manera que lo volvamos a integrar en
nuestra vida, en nuestro entorno social. Me viene a la mente aquella anécdota que
un día leí sobre una tribu de Sudáfrica en la manera de corrección que ellos
aplicaban cuando un miembro de la tribu fallaba.
Esta anécdota nos cuenta que, cuando un miembro de la tribu falla, lo colocan
delante de todos en medio de la plaza, y cada uno de los miembros de la tribu,
desde niños hasta los ancianos, se colocan en círculo y cada uno de ellos sin
exagerar en lo que digan, empiezan a decirle alguna virtud a aquella persona, para
finalmente reintegrarlo a la comunidad.
Esta manera de corrección es la que Jesús nos pide, porque la intención es
recuperar al hermano y no condenarlo ni orillarlo a la perdición, y dice Jesús que, si
la corrección no la acepta ni de forma personal, ni grupal, ni en comunidad, nos
alejemos de aquel hermano, no en señal de abandono, sino en actitud de que ya no
hay nada que hacer por él.
Me viene a la mente en mi etapa de formación, para ser exactos en la etapa de
filosofía, nuestro director espiritual en ciertos momentos realizaba esta dinámica con
mi grupo, no necesariamente porque alguien en concreto estuviera haciendo algo
mal, sino como una manera de alentarnos en nuestra relación con Dios por medio
de la relación con nuestros hermanos.
La dinámica nos ayudaba bastante en nuestra formación y la hacíamos algo
semejante a lo de la tribu que les platicaba anteriormente, no era decir un defecto
del compañero, sino lo contrario, era de uno por uno decirle a cada compañero una
cualidad o algo que admirábamos de su persona, en verdad era muy fructífera esta
dinámica, nos alentaba a cambiar y nos comprometía para ser mejores personas.
Pidámosle a Dios que nos ayude a saber corregir a nuestros hermanos de la manera
correcta, que no nos desesperemos al hacerlo, si no vemos resultado, que
tengamos el valor de decírselo primero a él y no contárselo antes a otra persona,
pero recordemos que esta corrección nos compromete a nosotros a reconocer
también nuestras fallas y a aceptar la corrección de los demás.
Por otro lado, hoy Jesús nos recuerda el poder de la oración en nuestra vida
personal, pero también cuando oramos por las necesidades de los demás; que no
importa la cantidad de personas que se reúnan para hacer una petición, siempre y
cuando esa oración se realice con mucha fe “Por que donde dos o tres se reúnen
en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos” Mt 18:20.
No olvidemos de tener esos momentos con Dios en nuestra vida a través de la
oración por la mañana o por la noche, en el momento que se nos facilite, para pedir
y agradecerle, alabarle, pero también busquemos la manera de orar en familia, en
comunidad, buscando la manera de participar en la Eucaristía dominical si no se
puede diariamente.
La oración tiene poder poque es el diálogo confiado a nuestro Padre Dios, cuando
tenemos un proyecto, invitamos a otros unirse y platicamos la forma de realizarlo y
nos reunimos las veces que sean necesarios viendo lo que más nos conviene para
llevarlo a buen término, ese dialogo con Jesús por medio de la oración nos ayudará
a llevar a buen término nuestros proyectos. Pero también ayudará a lograr la salud,
conseguir un trabajo, salir de aquel problema a nuestros hermanos por los que
oremos, y no olvidemos en nuestra oración ser agradecidos con Dios.
Recuerden que Dios sin nosotros sigue siendo Dios, pero nosotros sin él somos
nada.
Su atento servidor y amigo, Padre Lolo.
PBRO. JOSÉ DOLORES MUÑOZ TRUJILLO
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