Suenen los pitos,
y los panderos,
que ya ha nacido,
el rey de los cielos.
Originalmente, las pastorelas eran obras teatrales populares representadas al aire
libre en los atrios de las iglesias católicas. Uno de sus propósitos consistía en incrementar
el número de feligreses, particularmente indígenas, aprovechando la época navideña de
posadas, aguinaldos, piñatas y villancicos. Lo mismo se ofrecían funciones nocturnas en
casas y escenarios rústicos, alumbrados por mechones o lámparas de petróleo.
Actualmente en Tula, Jaumave, Miquihuana, Palmillas y Bustamante, se ofrecen montajes
de pastorelas con algunos rasgos de aquellos tiempos.
El teatro religioso -misterios, autos, pastorelas, moralidades, coloquios y loas-sobrevivió un breve período en la época colonial de la Provincia del Nuevo Santander; si
tomamos en consideración que el 11 de junio de 1765 fue prohibido por una Cédula Real.
Probablemente debido a esta disposición, se suspendieron los festivales culturales
promovidos por el conde José de Escandón desde 1760 en la Villa de Nuevo Santander,
con motivo del ascenso del Rey Carlos III. En dicho contexto se ofrecieron a los pobladores
actividades artísticas y entretenimiento: comedias, entremeses, sainetes, corridas de
toros y mojigangas.
Para 1815 las pastorelas volvieron a cobrar vigencia, y se representaron “…en
momasterios y casas particulares para celebrar el nacimiento del Niño Dios con dignidad y
decoro.” Bajo estas circunstancias, se vendía en la Librería Jáuregui de la ciudad de México
una pastorela religiosa a dos reales el ejemplar.
En 1834 el gobierno de la capital del país, emitió un decreto sobre pastorelas y
coloquios, las cuales únicamente podían celebrarse por la tarde y concluir a las ocho de la
noche, a reserva de pagar cincuenta pesos de multa. Tampoco podían llevarse a cabo en
días laborales. Para determinar su censura, el supremo gobierno contaba con una
Dirección General de Estudios, encargada de dictaminar lo referente a este asunto. (El
Fénix de la Libertad/febrero 10/1834).
Durante el siglo XIX se crearon varias imprentas que publicaron obras
denominadas Coloquios y Pastorelas difundidas en la República Mexicana. Una de las
editoriales estaba en Orizaba, Veracruz y era propiedad de Aguilar-Mendoza y Cía. Lo
mismo, la Casa Otto y Arzoz de la capital mexicana quienes ofrecían libros y música de
pastorelas a precios accesibles. El nacimiento de Jesús en Belén, con escenas de pastores y
peregrinos era representado en colegios, casas particulares y mesones.
Uno de las primeras piezas corresponde al poeta español Félix Lope de Vega
consignada en su libro Los Pastores de Belén. En México, Joaquín Fernández Lizardi “El
Pensador Mexicano” además de su obra El Periquillo Sarniento, escribió La Noche más
Venturosa o El Premio de la Inocencia con varias varias ediciones que circularon en la
República. Otras pastorelas célebres entre 1868 y 1909, fueron Noche de Gloria en Belén;
Miguel y Luzbel; De Jesús El Natalicio, fue a los Mortales Propicio; El Amor de los
Aldeanos de Miguel N. Lira; Gloria Eterna a los Mortales por las Furias Infernales; La
Adoración de los Santos Reyes; El Diablo Predicador; El Testerazo del Diablo y El Milagro
de la Virgen. (El Constitucional/1868/junio/3).
El género teatral pastoril fue muy popular en el noreste mexicano. En Monclova,
Coahuila se tienen noticias desde finales del siglo XIX, relacionadas con la espada del
insurgente Aldama, utilizada por los cómicos de cierta pastorela navideña. En Monterrey,
también existieron salas donde se escenificaron estas obras en los teatros Juárez y
Zaragoza, lamentablemente incendiados a principios de la pasada centuria. Los regios se
vieron en la necesidad de apreciar las pastorelas: “…al aire libre y en circos de carpa como
cualquier populacho.” (La Patria/02/22/1910).
A decir de algunos puristas apegados al catolicismo tradicional, a finales del siglo
XIX los autos sacramentales, perdieron su esencia y sencillez, hasta convertirse en
Coloquios. “…y a nuestros días han llegado al grado de escandalizar por su inmoralidad,
con el título de pastorelas.” (El Tiempo Ilustrado/agosto 30/1896.)
En efecto, al transcurrir de las décadas se acreditó en México la tradición de su
montaje en cualquier escenario; en ocasiones con fines de lucro y un enfoque divertido.
Los argumentos anexaban giros temáticos ajenos a la religión, donde los diablos se
convertían en los protagonistas y la gente apreciaba los chistes, bailes y música. Por
ejemplo, durante el mes de diciembre se anunciaron cuadros poco ortodoxos en los
teatros Apolo, Principal, Arbeu, Hidalgo, Novedades y Variedades de la Ciudad de México.
Incluso, eran ejecutadas por circos y compañías cómicas de la legua. (La Voz de
México/1896/10/01). Lo mismo sucedió en San Luis Potosí en agosto de 1898 con Pata del
Diablo.
Al salirse de control el uso religioso de las pastorelas, los clérigos y algunos
periódicos realizaron una campaña contra las empresas teatrales, a quienes acusaban de
inmorales y distorsionar el origen literario del argumento. En Guadalajara, la jerarquía
eclesiástica censuró la obra Los Dolores de María Santísima, escenificada en el Teatro
Principal, al prohibir a los fieles “…asistir a tan sacrílega fiesta y sólo una insignificante
concurrencia, presenció la ridícula pieza.” Por su parte el periódico El Litigante exhortó a
prohibir las pastorelas del Apolo…” (El Nacional/12/16/1887.)
En 1919 se presentó una función de pastorelas en el Salón México de Guadalajara,
donde se originó un caso de homofobia, cuando un desconocido se introdujo a la fuerza y
agredió varios de los actores y al promotor Prudenciano Guerrero. “En esta capital se
comenta el escándalo, porque la mayor parte de los protagonistas que intervinieron, son
de los afeminados que con frecuencia organizan bailes y otras diversiones.” (El
Demócrata/1919/03/18.)
Vale recordar que el cronista Guillermo Prieto se sumó a estas opiniones, al
reconocer casi al final de su vida que las pastorelas de 1893, no eran como las
tradicionales. Es decir, cuando formaban parte del ritual de nochebuena en el siguiente
orden: la pastorela primero, después la misa de gallo y finalmente la cena familiar: “Ahora
las pastorelas, han huído a los teatruchos de los barrios en donde cómicos abencerrajes
del arte, se dan gusto con los divinos zagales.”
En la actualidad, el encanto de las pastorelas continúa vigente en algunas
comunidades más apartadas, particularmente del altiplano tamaulipeco. En cambio la
iglesia católica, las aniquiló de su agenda religiosa, probablemente porque existen otras
modalidades de adoctrinamiento entre la sociedad contemporánea. En cambio, las
pastorelas cómicas y teatrales como la de Tepoztlán de Miguel Sabido, continúan
presentándose en escuelas, plazas, teatros y escenarios al aire libre. Aunque parte del
argumento conserva su religiosidad; los ingredientes cómicos, musicales, dancísticos,
costumbristas y versos jocosos; convierten a la pastorela más atractiva, alegre y
espectacular.
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