En el evangelio que hemos meditado en el tercer domingo del tiempo de la
pascua, encontramos una escena de lo que es celebrar las fiestas pascuales: la
presencia del maestro Jesús de Nazaret en la vida, no sólo de los discípulos sino
también en la vida de cada uno de nosotros. Jesús resucitado hoy se aparece a la
comunidad de los que lo seguían, su presencia en medio de ellos, viene a darle al
grupo de los amigos de Jesús un gozo y una alegría que termina con una comida.
Los discípulos, tratando de comprender lo acontecido, intentan reintegrarse
a sus actividades previas al seguimiento del maestro Jesús. De oficio pescadores,
se aventuran al lago para pescar pero fracasan y no logran pescar nada. A la
presencia de Jesús y al obedecer su llamado de lanzar la red a la derecha sucede
el milagro. Sin la presencia del maestro Jesús los discípulos no logran conseguir el
éxito a sus propósitos. La comunidad de los discípulos, ya no se entiende sin la
presencia del maestro Jesús.
Al igual que los seguidores de Jesús, los católicos debemos de invocar el
nombre de Jesús cuando las cosas o las situaciones de la vida, no salgan con los
resultados esperados, pero sobre todo, permitamos al maestro que se involucre en
nuestros asuntos personales, de trabajo, de estudio y de todo aquello que
realizamos. El maestro Jesús de Nazaret siempre tiene algo que decirnos. Tenemos
que aprender a escuchar su voz en medio de una sociedad que a veces en medio
de tantas voces y de ruidos no escucha la voz de Jesús.
Celebrar la pascua es vivir la presencia de Jesús en medio de nosotros, es
escuchar su voz en nuestras vidas y darnos cuenta que su presencia es importante
para la comunidad, la familia, los amigos. Así es, reunirnos en su nombre es parte
de nuestra identidad como iglesia, Jesús se hace presente en donde sus discípulos
se encuentran reunidos y también nosotros somos convocados cada domingo en
su nombre. Que importante es la comunidad, el grupo, la familia el reunirnos y
compartir la vida, la fe e incluso la comida.
¿Descubro en la iglesia la familia de Dios en donde todos somos hermanos?
¿Valoro la comunidad? ¿Le doy la debida importancia a las reuniones familiares?
¿Cuánto tenemos que meditar con estas preguntas y así darnos cuenta que muchas
veces preferimos la comodidad de nuestro individualismo que la compañía de la
comunidad y la familia?. Como cristianos católicos debemos vivir la pascua en torno
a Jesús que se hace presente entre nosotros cada vez que nos reunimos, dándole
el justo valor a la presencia del otro, de los otros, de los hermanos.
Pero el maestro Jesús de Nazaret todavía nos enseña más. Apareciendo en
medio de sus discípulos y después de la recomendación para la pesca, Jesús los
convoca y les dice: <<Vengan a almorzar>>. Dicha invitación manifiesta la enorme
calidez humana de parte de Jesús, cuanto amor por sus discípulos y por su familia
encierra esa frase. Vengan a almorzar es una expresión humana que revela la
preocupación del maestro por sus amigos. No cabe duda que Jesús de Nazaret es
nuestro modelo de humanidad.
Que el tiempo de pascua, tiempo de fiesta y celebración, sea para cada uno
de nosotros motivo de alegría por la presencia de Jesús en medio de nosotros,
que celebrar la pascua sea el tiempo de celebrar con la iglesia, la comunidad y la
familia la resurrección del maestro. Que las fiestas de pascua renueven en cada uno
de nosotros el deseo de compartir la fe en Jesús de Nazaret en medio de la gran
comunidad humana.
Finalmente, no olvidemos que en la Eucaristía, se cumple el pasaje que
hemos escuchado en el evangelio de hoy, reunidos como discípulos, escuchamos
la voz de Jesús y somos invitados a comer su cuerpo y su sangre en la Misa. Que
como católicos sintamos la invitación del maestro domingo a domingo que nos dice:
<<vengan a almorzar>>.
Con mi oración, cercanía y gratitud.
Pbro. Lic. Andrés Figueroa Santos
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