La tristeza que embarga a Tamaulipas ya ni siquiera se siente, solo se
ve a lo lejos el estigma que ha acompañado siempre a estas tierras tan
productivas, pero que por cuestiones de seguridad siempre han visto
manchada su hoja curricular.
La historia no ha sido buena, es como una loza que hay que cargar y
que por más esfuerzos que se hacen, permanece visible a los ojos de
todos los que no aman a este estado.
Mucho se perdió cuando los gobiernos en turno comenzaron a
responsabilizar de todo lo malos a los grupos delincuenciales, esto no
es de ahora, tiene ya muchos años haciéndose, que lo único que
provocó fue que quienes deberían de cuidarnos, se convirtieron poco a
poco en los opresores de la sociedad.
El problema ha escalado tanto, que ya se confunden los carteles con
los policías de negro, pues en sadismo e insensibilidad son muy
parecidos, lo único que los diferencia es las medidas precautorias que
toman para gozar de la impunidad. Unos reparten billetes, otros recogen
casquillos.
El problema sin duda es de corrupción, ese flagelo que azota al país y
que por más esfuerzo que se hace no se logra controlar, serán tal vez
siglos los que pasen hasta que se pierda la naturaleza que permite que
unos sean más poderosos que otros.
Y aunque la vida continua, hoy es más que evidente que la policía
estatal no está para protegernos, sino más bien para incriminar a una
sociedad que lamentablemente sigue pasiva ante los abusos y que no
hace nada más que quejarse soterradamente, pues en otros países y
en otros estados, ya se hubieran levantado cuando menos a protestar.
Lo que sucedió en Bavispe Sonora, desencadenó protestas
internacionales, allá las víctimas fueron de nacionalidad
estadounidense y se apellidaban Le Barón, mientras días después un
hecho similar en una ranchería de Reynosa, jóvenes y adultos mayores
recibieron un trato similar y el tiempo borró de la memoria colectiva el
hecho. Algo lamentable que no cabe en mi cabeza que suceda.
La muerte del Ingeniero de Rio Bravo, que sufrió lo mismo por un error
policiaco, jamás se ha esclarecido, fue una confusión, así lo explicaron
y todos se olvidaron del incidente.
Los familiares de todas las víctimas tienen miedo de expresar sus
sentimientos porque en ocasiones las represalias de quienes
representan la ley son terribles y no hay quien investigue los abusos.
Se tapan unos a otros y nadie entiende lo que está sucediendo pues
tienen los asesinos defensores de oficio en las redes sociales y
seguramente algo hicieron, las víctimas, para merecer su destino.
En Matamoros un joven trabajador que acudía a su fuente de empleo,
fue asesinado sin miramientos con una bala en el ojo, algunos dijeron
que fue confundido con un delincuente que seguía el convoy de policías,
otros, que se dedicaba al menudeo de drogas, aunque la verdad fuera
otra, daba clases de danza a los “Matlachines” de una iglesia en su
tiempo libre, pero cuando el sacerdote de la misma se atrevió a
cuestionar ante los medios si los policías venían a cuidarnos o a
matarnos, solo pasaron dos días para que en el atrio de su iglesia fuera
asesinado a puñaladas.
La familia del joven trabajador y los altos jerarcas locales de la iglesia,
siguen callados sin solicitar justicia pues temen ser los siguientes en la
lista de ejecuciones por encargo.
El poder es supremo, pasa por encima de la ley de Dios y de la de las
autoridades de justicia, tal vez es tiempo de revisar las jerarquías en las
instituciones policiacas.
De nada sirve exhibir las ordenes de aprehensión de los policías
estatales, pues la justicia no llega para los migrantes de Guatemala,
como tampoco llega para los connacionales que han desaparecido a
manos de la ley, aunque siempre digan que fueron otros los asesinos.
En Tamaulipas la “cuota” no la maneja la “maña”, la manejan cuerpos
policiacos dirigidos por jerarcas ambiciosos que no tienen sentimientos,
ojalá se alce la voz, porque ya HAN MATADO MUCHOS.
Jorge Alberto Pérez González
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