“Siento no estar de acuerdo con usted en muchos puntos de su
carta. En primer lugar, el procedimiento. Cierto que es indispensable
no hacer de la designación de candidato una lotería y cierto también
que la opinión requiere saber qué personas son las que van a tener
sobre sí la tarea de un nuevo gobierno.
Además, dada la tradición política de los últimos años, la gente
está acostumbrada a no tener mucha fe en los programas y a seguir,
en cambio, a las personas. La candidatura de usted despierta grande
entusiasmo; pero sigo creyendo que cualquier actitud que se asemeje
a la de candidato es inconveniente por difícil de sostener y por fácil de
atacar. No es lo mismo hacer una gira de conferencias o de discursos
para la organización de un movimiento nacional o de un partido
nacional, que ponerse en pie de propaganda doce meses antes de la
fecha de la elección. Luego la postulación inmediata, que en mi
concepto no debe confundirse con la presentación de personalidades,
va en contra de los principios democráticos por los cuales se quiere
pelear y cuya realización se exige.
Por otra parte, improvisar un grupo para jugar su destino como
grupo histórico y el destino individual de sus componentes como
hombres, en el albur de las primeras elecciones que se presenten, me
parece indebido por temerario. En cambio, si se puede hacer una gran
labor si llega a constituirse firmemente un grupo que entre de lleno a la
política con toda actividad y con todo valor, pero sin que se necesite
escoger desde luego a un hombre para presidente y sin cifrar su éxito
y su tarea principal en dar el triunfo a ese hombre, así sea el mejor.
No creo en grupos de carácter académico; pero tampoco creo en
clubes de suicidas. Y no porque niegue la eficacia del acto heroico de
un hombre que se sacrifica por una idea, sino porque creo que el
sacrificio que realizaría un grupo o un hombre, por definición selectos,
metidos precipitadamente a la política electoral y sacrificados en ella,
no será el sacrificio por una idea, sino el sacrificio de la posibilidad
misma de que la idea se realice en algún tiempo.
Cierto que públicamente y de la manera más oficial posible se ha
hecho un llamado ahora para iniciar una nueva vida democrática,
legal, luminosa y todo lo demás. Pero ese llamado, por muy sincero
que sea, no es más que un llamado, no es la cosa misma y todavía
pasará algún tiempo antes de que esa cosa se convierta en realidad.
Justamente para que esa realidad llegue, será necesario que la buena
intención o la sinceridad del llamado se apoyen en organizaciones
selectas, capaces de adquirir o de desarrollar fuerza bastante para
imponer los nuevos principios en un medio que está absolutamente
corrompido. Y si el llamado hecho no es sincero ni de buena fe, con
más razón, se necesita para hacer una vida democrática en México la
organización durable y el trabajo permanente de grupos que pueden
adquirir fuerza bastante para imponerse al medio corrompido y a la
deslealtad del llamado mismo.
En los dos casos, pues, es indispensable, sobre todas las cosas,
se procure la formación de grupos políticos bien orientados y capaces
de perdurar.
La manera de hacer que se formen esos grupos perdurables es
darles un carácter tal que resulte injustificable en contra de ellos
cualquier intento de destrucción. Si esos grupos pretenden desde
luego, y antes de adquirir posiciones firmes en la opinión política,
entrar en lucha con los elementos que actualmente tienen el poder y
que no están muy favorablemente dispuestos a soltarlo,
necesariamente, también entrarán en una lucha en la que ellos
tratarán de hacer a un lado a los que están, los que a su vez tratarán
de destruirlos a ellos. Y como los que están tienen la fuerza y como los
nuevos grupos, por muchas razones, no estarán aún bien organizados
ni probablemente habrán logrado convencer a las gentes de que son
algo nuevo, de que dan a las grandes palabras su verdadero
significado, de que tienen una bandera distinta, lo más probable es
que en esa lucha los que están tengan el triunfo completo sino que se
pierde, también, la esperanza misma por muchos años.
Además, formar grupos perdurables no quiere decir que
forzosamente tendrán que ser grupos transaccionistas, como usted
dice. Yo puedo no transigir con usted en cien cosas y criticarle y
proclamar que no estoy de acuerdo con su acción, sin ponerme por
ello en condiciones que hagan a usted precisa la lucha violenta
conmigo, y el hecho de que los dos subsistamos, de que yo viva y
mantenga mi opinión al mismo tiempo que usted viva y mantenga la
suya y aun la imponga, no implica forzosamente una transacción.
Querrá decir, a lo sumo, que usted tiene más fuerza que yo, o que
usted tiene, políticamente al menos, más razón que yo. Es
condenador, pues, por tibieza y por transaccionismo, a quienes
pretenden formar un grupo que busque la eficacia de su trabajo y su
perdurabilidad, es cosa infundada y no tiene razón alguna.
Todavía más, aunque a ello no obligaran los mismos principios
democráticos que se proclaman ni la conveniencia de la lucha, sería
importante pensar en la necesidad de la organización previa de los
grupos, pues aun cuando una lucha inmediata, despertando un gran
sentimiento de la opinión pública, una de esas olas inmensas de
convicción popular que arrastran a todo un régimen, tuviera éxito
inmediato ahora, la falta de grupos previamente organizados, y no
sobre la base de un hombre sino sobre la base de una común
convicción, haría imposible la paz al día siguiente del éxito y originaría
un estado de cosas terrible porque faltaría la disciplina de la
organización de tal manera que o se perdería pronto el éxito logrado
dándole nuevamente el triunfo al grupo derrotado o se caería en una
dictadura, apostólica si se quiere, pero siempre una dictadura, con
todos sus peligros y todos sus defectos”.
Dado lo que sucede en política en este 2020, me permití
compartir con los lectores de OPTIMUS este extracto de una carta
dirigida a José Vasconcelos en 1928, por el fundador del PAN,
MANUEL GOMEZ MORIN.
Jorge Alberto Pérez González
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