En este México nuestro, y quizá en la mayor parte de los países del mundo, los
políticos que les correspondió vivir este mal de salud pública llamado COVID-19, han
recomendado a sus científicos e investigadores, o ellos por iniciativa propia, buscan
información sobre el comportamiento social ante este fenómeno.
Deben ser incontables los hombre y mujeres de ciencia en busca de información sobre
el tema, aunque algunos están llamando de formas muy diferentes y hasta enredosas a
contextos específicos causado confusión en la población: que si las cifras de contagiados y
fallecidos, que las camas disponibles, el cubre boca, el gel antibacterial, las fiestas y
reuniones, etc.
Son muchas las situaciones de estudios formales, y no se detenga en el nombre que le
darían las diversas comunidades científicas a la nomenclatura educativa, por ejemplo,
cuando algunos le llaman educación a distancia, educación por internet, educación en
línea… y cuantos adjetivos le han adjudicado y bien pudieran estar correctos, pero el que
no es aceptable es la educación virtual.
La razón es simple: lo virtual no existe. El diccionario cibernético dice: “Este término
es muy usual en el ámbito de la informática y la tecnología para referirse a la realidad
construida mediante sistemas o formatos digitales. Se conoce como realidad virtual al
sistema tecnológico que permite al usuario tener la sensación de estar inmerso en un mundo
diferente al real”.
Reitero, la educación virtual como tal no existe, pero algunos funcionarios, maestros
y hasta padres de familia la están considerando de esta forma simplemente porque se
transmite por internet utilizando una computadora de escritorio, Laptop, Tablet o un
Smartphone.
A escasos ocho meses de haber iniciado esta muy fuerte experiencia en la educación,
los profesores son los primeros quienes reciben la instrucción de buscar la forma de
contactarse con padres de sus alumnos, sin importar cómo los maestros son quienes buscan
una colaboración y en todos los casos la relación directa se presenta, se conforman grupos
de padres y maestros para puestas en común y los hijos se reincorpores de alguna forma al
sistema educativo por internet.
El sentido común de los profesionales en educación prevaleció, porque muchos de
ellos, desconocedores de la computación, se aventuraron a incursionar en este mundo
extraño de la tecnología. Otros, con mayores temores u obligados por los papás, se
limitaron a la aplicación de los celulares por medio de WhatsApp y el Facebook.
Sin embargo, avanzado el curso y el nuevo ciclo, el grito desesperado de ciertos
padres, se refiere a la falta de interés de los educandos, ya que se quejan de que los niños
solo juegan y pierden rápidamente el interés por lo que les transmite la televisión, la radio y
hasta internet.
No han faltado los padres de familia que reclaman el salario que pagan a los
profesores, porque consideran que ellos -los papás- están haciendo lo que corresponde a los
docentes, interpretando que la labor magisterial consiste en cuidar niños.
Plumas y micrófonos mexicanos aseguran que algunos grupos de adolescentes,
jóvenes en la escuela, interpretan que la educación en México de popular cambio a clasista,
porque solo una clase socialmente privilegiada tiene acceso a ella, no todos pueden adquirir
equipo para atender clases en línea.
La deserción, ausentismo y el abandono de los escolares a los cursos es frecuente en
todos los niveles educativos, ya por falta de una economía familiar, aún con carencias, les
impide acceder a créditos para adquirir los implementos necesarios para las clases por
internet.
Se conocen casos donde estudiantes de bachillerato o de educación superior, buscan
la red Wi-Fi gratuita o de algún vecino que les facilite la clave de acceso, pero la misma
compañía proveedora del servicio se ve saturada y presenta conflictos fuertes de conexión.
Lo malo de este tema es que los profesores, de su dinero, pagan el servicio de internet
y al padecer las interrupciones, la calidad de sus servicios se torna deficiente, con las
consecuencias para los estudiantes.
En este tenor se desconoce qué fue lo que pasó con la Autónoma de Tamaulipas, que
en otros tiempos permitía el servicio de internet domiciliario a bajo costo para su personal,
desde funcionarios hasta maestros y estudiantes.
La educación por internet a la que nos empujó el COVID-19 sorprendió a todos y no
han faltado quienes buscan alternativas leyendo, preparando y proponiendo alternativas.
Aunque también aparecen sombras que más que tapen el sol candente del verano, pareciera
provoca el arder de ánimos para la queja constante.
Los estudiantes -ventajosamente- utilizan la palabra empatía, como la obligación del
profesor de dar facilidades a los alumnos porque vivimos en Pandemia y otros culpan a la
delincuencia organizada. Muy lamentable, desconocen que empatía es “…la capacidad de
percibir o inferir en los sentimientos, pensamientos y emociones de los demás…”
Cierro este espacio para expresar mis condolencias a los familiares y a la comunidad
de la Autónoma de Tamaulipas, por el sensible fallecimiento del Mtro. Salvador Martínez
Torres.
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