Hola, qué tal.
Con enorme alegría te saludo, deseando de todo corazón que tú y tus seres amados estén gozando de
bienestar y prosperidad.
El día de hoy, con tu aquiescencia, narraré parte de una vivencia de dos grandes amigos, cuya
invaluable amistad databa de mucho tiempo…de lustros…de décadas.
Estos dos grandes amigos dejaron de verse sin razón alguna, como suele acontecer, las prisas, el
trabajo, las ocupaciones, les impidieron coincidir por largo tiempo.
Un día, la hija de uno de ellos murió.
De manera por demás sorpresiva, súbita e intempestiva llegó a uno de esos hombres -su padre- la
noticia de su deceso.
Después de algún tiempo, el amigo también lo supo.
Fue de manera inesperada, en una de esas llamadas “casualidades”, en una conversación con alguien
que aparentemente nada tenía que ver con su amigo del alma, como en ocasiones ocurre.
Al enterarse de la muerte de la hija de ese ser tan apreciado, quedó pasmado, fue un golpe terrible
que lo doblegó de dolor, a grado tal que le fue imposible acudir al encuentro con su gran amigo.
Tal vez de modo ilógico, incomprensible y quizás hasta aparentemente absurdo, le hizo falta la fuerza
para acercarse a acompañar -cuerpo a cuerpo- a su gran amigo, porque sí estaba con él, pero de otra
manera, ya que en realidad no dejaba de pensar en lo sucedido y en la profunda tristeza de aquel
hombre con quien tantas y variadas cosas había compartido.
Pasaron semanas, meses, años incluso, en los que se mantuvieron físicamente alejados.
Una mañana, sin haberlo planeado, decidió hacerlo y se dirigió a la casa de su gran amigo, cavilando
acerca de la forma en que éste pudiera recibirlo.
¿Qué le diría a su amigo? ¿Cómo explicar su lejanía? ¿A qué obedeció su ausencia?
Eran esas sólo algunas de las preguntas que tanto y tanto tiempo este hombre se estuvo reiteradamente
haciendo; ya iba en el trayecto y no era aún capaz de quitarlas de su mente.
Luego, el momento de coincidir…
Como si el tiempo no hubiera transcurrido, estando la puerta abierta, entró a aquella casa como
siempre, un tanto en el asombro pero con el permiso y silencioso gusto de las personas de la familia
que estaban allí.
Avanzando hacia su amigo, pronunció en voz baja su nombre, quien hasta ese momento no se había
percatado de su presencia, pues se encontraba mirando a otro lado, tal vez observando la nada, como
en el dolor llega a pasar.
Por prolongado tiempo, no hubo palabras, sólo un fraternal abrazo acompañado de un llanto mutuo
sumamente elocuente.
“¡Perdóname!”, le dijo, “por favor…te pido que me perdones”.
“No sé cómo explicarte que no podía venir, me hizo falta fuerza… sé que hice mal… que me
equivoqué al no estar así, aquí contigo, por favor perdóname.”
Con lágrimas rodando por sus mejillas y con gran dificultad para expresar su pensar y su sentir, su
amigo le contestó mirándole a los ojos con ese amor que la amistad otorga: “me hiciste mucha falta”.
“Durante todo este tiempo he extrañado tus palabras de consuelo, no te imaginas cuánta falta me
hiciste. Pero no te preocupes. ¿Sabes? Jamás sentí enojo hacia ti, sólo añoré mucho estar contigo, así
que te darás cuenta que no existe motivo para pedir perdón, porque muy en mi interior, aunque no
estaba enterado del porqué no venías, sabía también que a tu siempre afectuosa manera estabas
siempre conmigo. Además, prefiero disfrutar plenamente estos instantes con tu muy grata compañía,
que fijarme en aquellos momentos en los que estuviste ausente.”
En un afectuoso abrazo sellaron este reencuentro, sin más decir… sin más hablar…
Considero que esta experiencia fortaleció e hizo más estrechos sus lazos de aprecio.
Robusteció a ese valioso don de los seres humanos que es incluso necesario para la supervivencia,
ese regalo de Dios en el que están inmersos el amor, la confianza mutua, la complementariedad y el
afecto desinteresado, esa gracia que es la amistad.
Estoy convencido también de que la proximidad que esa amistad les prodigaba, los hizo capaces de
sobrepasar los muros del tiempo y el espacio, vinculados perpetuamente a través de esa frecuencia
ilimitada e infinita, que es la frecuencia del amor verdadero.
Me despido de ti con fe y esperanza de que pronto nos reencontraremos.
Dr. Raúl Carrillo García
Correo electrónico: raul.carrillo@caped.edu.mx
Facebook: Raúl Carrillo García
Impo Caped Victoria
Instagram: @CapedVictoria
Discussion about this post