El esplendor de la monarquía israelita fue muy limitado. Los profetas
comienzan a anunciar un reino futuro, en continuidad con la monarquía
de David. Is 40,9-14; Zac 14,9; Dan 2,44; Sab 3,8. Jesús se presenta
predicando la Buena Nueva del Reino.
El tema de la predicación de Jesucristo es el Reino de Dios en el
Evangelio de san Marcos. Mar 1,15; 3,24; 4,30; 10,14; 15,43. Reino de
los Cielos según la expresión del evangelista san Mateo. Mat 3,2; 4,17.
Reino de los Cielos y Reino de Dios son expresiones equivalentes e
indican la aceptación de Dios como Señor y el rechazo de lo que se
opone a su plan. Mar 1,15; Luc 17,20-21. Los apóstoles reciben el
encargo de predicar la Buena Nueva del Reino. Mat 10,17. Cuando llega
el momento de salir a predicar, después de Pentecostés, tanto los
discípulos de Jesús como san Pablo centran su mensaje en el Reino.
Sólo que se incluye el nombre de Jesucristo como centro del Evangelio.
Hech 14,22; 1 Tes 2,12. Creer en Jesús es entrar en el Reino. Hech
8,12. Participar en el Reino, tiene sus exigencias: nacer de nuevo (Jn
3,3), perseverar en la fe (Hebr 12,28), cumplir la voluntad del Padre (Mat
7,21). El mundo está llamado a ser reino de Cristo, realizándose la
petición del padre nuestro, Venga tu reino (Mat 6, 10).
Esa es la razón por la cual Jesucristo habla en parábolas del Reino
de Dios. Y si es cierto que esas parábolas aparecen en diferentes partes
del Evangelio, el texto de este domingo, Mt 13, 44 – 52, presenta tres
parábolas. Las dos primeras subrayan la alegría de quien ha
descubierto un tesoro o ha encontrado una perla muy valiosa. Y esta
idea remite a una frase del Papa Benedicto: la vida cristiana auténtica
nace del encuentro con una persona (Jesucristo y su Evangelio) que
abre horizontes de vida plena. Y este encuentro es fuente de alegría
profunda y duradera. Porque hace descubrir, que las personas son
amadas desde siempre, y de manera incondicional, por Dios. Y se
puede confiar totalmente en aquel que nos ama.
Y aunque hay actitudes que ayudan a encontrar el tesoro, no lo
podemos construir nosotros: nos es dado como un regalo. Es el regalo
de la persona de Jesús, que sale al encuentro de toda la humanidad y
de cada uno personalmente. Entonces “venderlo todo” es dar prioridad
absoluta a la persona de Jesús y a su Evangelio, haciendo que todos
los demás aspectos de la vida sean valorados y vividos desde este amor
fundamental.
La tercera parábola es “la red que los pescadores echan al mar y
recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores
sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos
en canastos y tiran los malos”.
Como Salomón, primera lectura, 1Re 3, 5 – 13, hemos de pedir el
discernimiento para distinguir el bien del mal. Porque debemos ser
conscientes de que conviven en el mundo, en la Iglesia y dentro de cada
uno. Forma parte de la sabiduría cristiana saber que no nos
corresponde el juicio final de las personas (ni de mí mismo) nos
corresponde ayudarnos en el camino de crecimiento y maduración.
Que el amor del buen Padre Dios permanezca siempre con
ustedes.
Antonio González Sánchez
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