Deseo recordar a los católicos que domingo a domingo participan
de la celebración de la Santa Misa – aunque es este tiempo se esté
haciendo de manera diferente – que en cada celebración se proclama y
se escucha la Palabra de Dios escrita en la Biblia, y esa Palabra debe
fortalecer la fe de cada creyente, pero también cada creyente debe dar
una respuesta en su vida diaria a esa Palabra.
En la primera lectura de este domingo, Is 55, 10 – 11, se le
atribuye a la Palabra una realidad objetiva. Tiene un poder excepcional,
capaz de superar cualquier obstáculo y de llevar a cabo la voluntad de
Dios.
Tanto el profeta Isaías como el Salmo Responsorial, 64, con sus
imágenes sacadas de la naturaleza, subrayan que la Palabra es un don
de Dios. Por lo tanto, él la da generosamente; él confía en que dará
fruto. El profeta Isaías habla del retorno de esta Palabra hacia el Señor,
que se puede referir a la relación nueva y cada vez más rica con Dios
y con los hermanos que van adquiriendo la persona y la comunidad que
acogen la Palabra con el corazón bien dispuesto.
En el texto evangélico, Mt 13, 1 – 23, se escucha la parábola del
sembrador y la explicación que de ella hace Jesús a los discípulos. Me
parece importante que quienes hoy van a escuchar la Palabra de Dios,
escrita en la Biblia, después de escucharla hagan lo mismo que los
discípulos: se acercan a Jesús y dialogan con él.
Cuando Jesús termina la parábola diciendo: “el que tenga oídos,
que oiga», de hecho está motivando a los oyentes del Evangelio a saber
escuchar con los oídos del corazón, en profundidad. Y lo repite al decir
que es necesario tener ojos capaces de ver lo que sólo ve la mirada de
fe. Jesús quiere despertar el deseo y el interés para acoger el regalo de
Dios que es su Reino.
En los creyentes de hoy se puede traducir en la capacidad de
saber agradecer la posibilidad que se tiene cada domingo, de escuchar
la Palabra de Dios. La posibilidad de leerla cada día haciéndola motivo
de reflexión y plegaria. Esa actitud es la que hace posible poder recibir
todo lo que Dios desea dar a manos llenas. Al don gratuito y amoroso
de Dios ha de corresponderle la actitud acogedora, agradecida y
responsable de los creyentes.
Que el buen Padre Dios permanezca y les acompañe siempre a
todos.
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