Una vez más lo vuelvo a decir: para los creyentes que participan de la misa dominical no debe ser solamente por rutina, ni por costumbre, ni por cumplir con un mandamiento, sino que significa participar del Sacrificio Redentor de Cristo llevado a cabo por su muerte y Resurrección. Y la misa es actualizar y hacer presente ese Sacrificio del Señor Jesús,
Y una parte importante de esta celebración es lo que se llama “Liturgia de la Palabra”, que es el momento donde se proclama y se escucha la Palabra de Dios escrita en la Biblia.
Y esa Palabra de Dios se convierte para quien la escucha en criterio de vida para su vida diaria durante toda la semana.
En la primera lectura de este domingo, tomada del libro del Eclesiástico, dice: “Si tú lo quieres puedes guardar los mandamientos; permanecer fiel a ellos es cosa tuya. El Señor ha puesto delante de ti fuego y agua; extiende la mano a lo que quieras. Delante del hombre están la muerte y la vida; lo será dado lo que él escoja”.
Con esto se nos dice que Dios dotó al ser humano de un libre albedrío, por el que puede escoger entre los bienes que existen sobre la tierra. Se puede escoger entre lo que lleva a la vida y lo que lleva a la muerte. Por eso Dios no es responsable del mal que existe en el mundo, sino el mismo ser humano; de Dios procede sólo el bien.
En el texto del Evangelio, Mt 5, 17 – 37, Jesucristo dice que no ha venido a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud, es decir, a aclarar y profundizar sus exigencias, en relación a la entrada al Reino de Dios. Jesús pide a sus discípulos una justicia mayor, una ética más exigente; que no se limita a un comportamiento puramente exterior, sino que se extiende a todos los elementos, aún interiores, del proceder humano.
La síntesis perfecta entre la ley y la libertad es ofrecida en Jesucristo, que es, por tanto para los cristianos, un punto de referencia esencial y la interior norma de vida. Cristo es la ley y la libertad. Es la verdadera sabiduría que no “es de este mundo”.
Así es como la ley, la ley evangélica, no se convierte en un nuevo peso, aún más difícil de llevar, sino en un verdadero acontecimiento de salvación.
Se puede orar con palabras del Salmo 118, “Dichoso el que cumple la voluntad del Seño. Dichoso el hombre de conducta intachable, que cumple la ley del Señor. Dichoso el que es fiel a sus enseñanzas y lo busca de corazón”.
Que el buen Padre Dios les acompañe siempre.
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