El reciente triunfo de José Antonio Kast en las elecciones presidenciales de Chile ha reactivado en el debate mediático conceptos de fascismo y de ultraderecha. En la mayoría de ellos se utiliza el término como sinónimo. La realidad es que ambos conceptos reflejan dos maneras de hacer política diferente, aunque comparten una base ideológica centrada en la defensa de valores tradicionales, en la puesta en práctica de la política existen sus notables diferencias.
Los gobiernos de ultraderecha no buscan destruir el orden establecido: respetan las reglas de la democracia. Existen múltiples variables de este tipo de gobiernos. Algunos ponen el énfasis en lo económico, versión libertaria, de Milei en Argentina; otros ponen el acento en el nacionalismo étnico con un toque de corporativismo caso Donald Trump. Lo cierto es que la ultraderecha no busca cambiar el sistema sino llevarlo a una versión más radical. El fascismo, por el contrario, busca destruir la institucionalidad que da soporte a la democracia, no suele reconocer los resultados electorales cuando le son adversos -caso Bolsonaro en Brasil- y busca la concentración de poder en un líder carismático. Por lo anterior los parlamentos pierden relevancia y la legalidad constitucional queda subordinada a decisiones autoritarias. Se podría decir que la ultraderecha es la etapa previa del fascismo.
Son muchos los factores que llevaron a Kast a la victoria, y que en el mundo está llevando a que muchos candidatos de ultraderecha ganen elecciones, me quiero detener en uno, que a mi entender está en el fondo y es la crisis actual de las democracias liberales y representativas, que no están otorgando las respuestas que los ciudadanos quieren. Lo anterior lleva a lo que Gramsci denominó crisis orgánica y Lenin llamó crisis nacional general.
Paradójicamente, esta crisis orgánica fue en gran parte impulsada por los grandes fracasos políticos de Gabriel Boric, menciono dos para ilustrar el punto: el primero el fracaso de redactar una nueva constitución, si bien se han hecho modificaciones hay que recordar que la constitución actual de Chile proviene del periodo de la dictadura de Pinochet -una constitución que entre otras cosas prohibía todavía a principios de la década de los años 2000 el divorcio- y la reforma laboral que, entre otras cosas, prometía la participación en los directorios de las grandes empresas de los trabajadores y trabajadoras y aumentos al salario mínimo en términos significativos, si bien la propuesta se aprobó quedó muy disminuida de lo que era la propuesta original. En lugar de aumentos directos a los salarios mínimos (caso México) la ley menciona revisión anual de los salarios y ni que hablar de la participación de los trabajadores en las juntas directivas de las empresas.
Lo que está por suceder en Chile no es el regreso del Fascismo, sino su consolidación de la etapa previa: ultraderecha, que eso sí, puede sentar las bases para la llegada del Fascismo 2.0. (neofascismo) Lo anterior va a depender del nivel de correlación de fuerzas que exista durante el gobierno de Kast y lo pasivo o no que el pueblo chileno sea.
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