LO CLARO. La Universidad Autónoma de Tamaulipas impulsa una importante inversión pública en sus campus del sur de la entidad destinada a modernizar la infraestructura educativa, especialmente en las áreas relacionadas con la salud. Este esfuerzo fortalece las condiciones de enseñanza y práctica en facultades como Medicina, Odontología y Enfermería, donde la actualización de laboratorios, clínicas y unidades de servicio contribuye directamente a la formación profesional y al bienestar social.
La renovación de estos espacios no solo mejora la calidad del aprendizaje, sino que también permite ofrecer atención médica, odontológica y de enfermería a la población, consolidando el compromiso de la institución con una educación integral orientada al servicio y al desarrollo humano. Con ello, la Universidad reafirma su liderazgo en la formación de profesionales de la salud que responden a las necesidades de Tamaulipas y del país.
LO OSCURO. La historia no es un ente que permanece estático (porque ya pasó), sino un ser vivo que respira al ritmo de quienes dominan el poder. Su relato se adapta, se acomoda, se reescribe cada vez que los vencedores necesitan justificar su victoria o ennoblecer sus intereses.
La Segunda Guerra Mundial es el ejemplo más visible: Adolf Hitler fue -con razón- el símbolo del mal. Pero los ganadores también fueron verdugos bajo otro rostro. En septiembre de 1939, la Unión Soviética de Stalin invadió Polonia por el este mientras Alemania lo hacía por el oeste, un pacto firmado en secreto bajo el acuerdo Ribbentrop-Mólotov. Sin embargo, la historia oficial jamás equiparó esa invasión con la alemana, porque Stalin terminó en el bando de los triunfadores.
Los Estados Unidos, que llegaron tarde a la guerra -entraron en diciembre de 1941, tras Pearl Harbor-, emergieron como la potencia dominante, imponiendo el dólar como moneda de reserva y construyendo un orden mundial que les garantizó el control económico del planeta. Japón quedó destruido, Europa dividida y el nuevo siglo nació con los ganadores reescribiendo la historia a su medida.
En México sucede lo mismo desde hace doscientos años. Los héroes nacionales fueron moldeados para sostener gobiernos, no para comprender la verdad. Los llamados Niños Héroes, que supuestamente se lanzaron desde el Castillo de Chapultepec en 1847 envueltos en la bandera mexicana, representan el sacrificio idealizado. Pero los registros de la época no confirman su existencia como un grupo heroico organizado. La historia necesitaba un mito para sanar la humillación de la invasión estadounidense y fomentar un nacionalismo útil al poder. Así nació esa imagen, contada en los libros de texto a generaciones de niños que crecieron venerando una escena poética, no un hecho verificable.
Porfirio Díaz fue condenado como el dictador consumado del porfiriato, pero la historia escrita por sus adversarios omitió la complejidad de su tiempo. Gobernó desde 1876 hasta 1911, modernizó la economía, impulsó el ferrocarril
y las comunicaciones y atrajo inversión extranjera; sin embargo, se le juzgó únicamente por la represión y el autoritarismo. Lo que casi nunca se recuerda es que Díaz fue el único presidente que se atrevió a decirle NO a los Estados Unidos en su ambición territorial y energética. Bajo su mandato se defendió la soberanía frente a las pretensiones norteamericanas en el Golfo de México y fue quien consolidó la frontera norte después de la desmembración del siglo XIX. Los gobiernos revolucionarios posteriores (de Carranza a Cárdenas) necesitaron un villano para legitimar su discurso de redención social y Díaz se convirtió en el chivo expiatorio perfecto.
A lo largo del siglo XX, el relato histórico mexicano siguió siendo un instrumento del poder. Plutarco Elías Calles fue el “Jefe Máximo de la Revolución” hasta que Lázaro Cárdenas necesitó despojarlo del mito y exiliarlo para consolidar su propio liderazgo.
La figura de Cárdenas se santificó como símbolo de justicia y soberanía tras la expropiación petrolera de 1938, pero pocos recuerdan que aquel acto también sirvió para controlar políticamente a los sindicatos y unificar a un país que amenazaba fragmentarse. Lo mismo ocurrió con Benito Juárez, convertido en figura intocable a pesar de haber entregado concesiones mineras y territoriales a capitales extranjeros bajo las Leyes de Reforma de 1859, en nombre del progreso.
Cada época necesita un héroe y un enemigo. Y quienes escriben los libros escolares deciden cuál es cuál. Hoy, los nuevos gobiernos también moldean su historia; glorifican a sus líderes, desdibujan a sus críticos y tuercen los hechos para sostener una narrativa de pureza. Pero la historia -la verdadera- siempre regresa. Se infiltra en los archivos, en los testimonios, en los silencios. Y cuando vuelve a hablar, nos recuerda que ningún relato oficial está libre de intereses. Que la historia no la escriben los pueblos, sino quienes los gobiernan.
COLOFÓN: Queda sembrada una duda en la memoria colectiva. ¿Qué merecerá renglones en el libro de historia mexicana por escribir a los que nos suceden… el paso de Lord Molécula, o el de Lord Peña? Que se haga consulta.
alejandrodeanda@hotmail.com
@deandaalejandro
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