La tensión en el Caribe aumenta luego de que el destructor lanzamisiles USS Gravely, con una unidad de marines a bordo, arribó a Trinidad y Tobago, a pocos kilómetros de las costas de Venezuela. El despliegue forma parte de la estrategia militar ordenada por el presidente Donald Trump para intensificar la presión sobre el mandatario venezolano Nicolás Maduro, a quien acusa de estar vinculado con redes internacionales de narcotráfico.
El gobierno de Trinidad y Tobago confirmó que el buque estadounidense participa en ejercicios conjuntos con su ejército. Sin embargo, la presencia del navío ha despertado inquietud en Caracas, que considera la maniobra como una provocación directa y un intento de “inventar una nueva guerra”, según denunció Maduro el pasado viernes.

Desde agosto, Estados Unidos ha incrementado su presencia militar en el Caribe, realizando ataques aéreos contra embarcaciones presuntamente dedicadas al tráfico de drogas. De acuerdo con cifras oficiales, la operación ha dejado 43 personas muertas tras 10 bombardeos efectuados en aguas internacionales del Caribe y el Pacífico.
Washington también anunció que enviará al portaaviones Gerald R. Ford, el más grande del mundo, para reforzar su flota en la zona. Analistas han calificado el movimiento como un claro mensaje de disuasión hacia el régimen venezolano, mientras que Caracas lo interpreta como una amenaza a su soberanía.
En paralelo, la primera ministra de Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar, defensora de la política exterior de Trump, respaldó los ejercicios militares y reiteró su postura contra la inmigración y el crimen procedentes de Venezuela, lo que ha generado tensiones diplomáticas entre ambos países caribeños.
La movilización norteamericana mantiene en alerta a los gobiernos de la región, mientras persisten los cuestionamientos legales sobre los bombardeos realizados sin detención ni interrogatorio a los sospechosos en aguas internacionales.







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