A partir de su domesticación, el caballo se convirtió para la humanidad en un elemento indispensable para la guerra, ganadería, agricultura, competencias encuestes, charrería, trasportación de personas y carga de mercancías. La historia o presencia de los equinos en Tamaulipas, se remonta a épocas anteriores a la Colonia del Nuevo Santander con la presencia y traslado de hatos de bovinos a Coahuila y Nuevo León a través de la Sierra Madre Oriental.
Por disposiciones del gobierno virreinal, únicamente utilizaban carruajes quienes tenían una buena posición económica, cargos de gobierno y prosapia peninsular. El conde y Coronel José de Escandón, llegó a colonizar los territorios septentrionales de la Costa del Seno Mexicano a bordo de un lujoso vehículo, tirado por briosos caballos. Al mismo tiempo lo escoltaban varios colonizadores de las primeras villas.
Según disposiciones reales, sólo un reducido grupo gozaba del privilegio de montar a caballo, portar espada, armadura y jugar a los naipes o baraja. Desde entonces, los oficios de cochero, arriero y herrero se convirtieron en los más populares de aquellos tiempos. En 1795, durante la visita de Félix María Calleja a este territorio, documentó la presencia de mil caballos y siete mil quinientas mulas; aunque otras fuentes refieren un mayor número.
Nombres de Caballos Famosos
La tradición de asignar nombres a los caballos se relaciona con la convivencia permanente del ser humano con los equinos y se remonta a tiempos ancestrales. Rocinante, logró celebridad en la más famosa novela Don Quijote de la Mancha de Miguel Cervantes de Saavedra. El fiel compañero del conquistador y rey de Macedonia Alejandro Magno se llamaba Bucéfalo que significa de carácter rudo o indomable. Calígula, en un afán de demostrar su poderío como emperador romano, elevó a categoría de senador a su jamelgo: Impetuoso. En 1819, el general y héroe de la independencia de México Vicente Guerrero cabalgaba El Valiente, un jobero grande que lo acompañó en varios combates, también cabalgaba un mojino que heredó a Crescencio Rejón un jurisconsulto creador del juicio de amparo. Durante su lucha libertaria por territorio latinoamericano, Simón Bolívar montaba con orgullo El Palomo.
A mediados del siglo XIX, al iniciarse la Guerra de Intervención Norteamericana contra México el general Zacarías Taylor, al mando de su ejército, cruzó la frontera matamorense montado en su caballo White; tal y como se observa en la portada de la partitura de la Marcha a Matamoros, inspiración del músico Henry Chadwik. Probablemente a bordo de este corcel, recorrió los territorios de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila.
Ireneo Paz, narra en sus memorias el trote del caballo preferido del emperador Maximiliano por los caminos polvosos del norte de Tamaulipas. Esto sucedió durante la revuelta del general Porfirio Díaz contra el presidente Benito Juárez. El abuelo del poeta Octavio Paz, cita su referencia en Brownsville, Texas, donde fundó el periódico Revolución: “El coronel Francisco Martínez, que se encontraba enfermo de un pulmón,…quiso cambiar de aires y se arregló para partir también a Nueva Orleans…dejándome un magnífico caballo árabe que había pertenecido a Maximiliano, valuado en 1,000 pesos y una silla plateada de mucho valor…puse el caballo en una pensión, permitiendo que Texier lo montara de cuando en cuando…”
Ignoramos las características fenotípicas del mencionado penco. Según José Luis Blasio, Maximiliano tenía dos caballos predilectos: Oripelo, un bayo o dorado con el cual gustaba entrar triunfante a las ciudades mexicanas que recorría durante su gobierno imperial. El otro era: Anteburro: “…de andar tranquilo…prefería siempre la silla vaquera al mejor albardón inglés, y vestía siempre traje de charro mexicano de paño azul, con botonadura de plata y ancho sombrero gris con toquilla blanca.” En el retrato encuentre del pintor Jean Adolphe Beaucé, expuesto en el Museo Nacional de Historia, se aprecia al emperador montando un caballo tordillo. Es decir, blanco, sin las características o atributos de los anteriores.
Narra Paz que, aprovechando un descuido, el francés Texier se robó el caballo y otras pertenencias. El producto del atraco fue vendido o malbaratado en la ciudad de Corpus Christi por quinientos pesos. Estos recursos le permitieron regresar por barco a su país de origen, donde presuntamente se involucró en la Revolución francesa.
La Revolución a Caballo
La Revolución mexicana movilizó millones de participantes a lo largo y ancho de la República Mexicana. Los soldados rebeldes y federales se trasladaban en ferrocarril y caballería por todo el país. Además de las armas, parque y alimentos, uno de los trofeos de guerra más importantes, eran los caballos. Los principales caudillos, montaban los mejores ejemplares. Algunos habían pertenecido a los ricos hacendados. Porfirio Díaz, quien acostumbraba a pasear elegantemente con uniforme militar en del bosque de Chapultepec, montado en el alazán Águila. Probablemente se trata del caballo de importación con “pedigree” que, en abril de 1897, ingresó a México por la aduana de Ciudad Porfirio Díaz, Coahuila.
El joven Emiliano Zapata fue un experto caballerango de Ignacio de la Torre yerno del presidente Díaz de triste memoria por aquél incidente del número cuarenta y uno. Su corcel predilecto era El As de Oros, obsequio de su sicario el general Jesús Guajardo. Durante la emboscada y muerte en Chinameca, el animal recibió varios balazos, pero logró sobrevivir. En su campaña militar, Francisco Villa utilizó varios pencos, entre ellos: Gamón y Canciller. Lo apodaban El Centauro del Norte porque era un experto en asuntos de caballería. Según el corrido, el más famoso de los que mentaba se llamaba Siete Leguas, que en realidad era una yegua.
Este célebre animal que inmortalizó musicalmente María La Bandida, fue regalado por Villa a Adolfo de la Huerta quien lo trasladó a las caballerizas del Castillo de Chapultepec. Destinado, se llamaba el caballo que montó Francisco I. Madero cuando entró triunfante a la capital del país en 1911. En 1913 al inicio de la Decena Trágica, el presidente Francisco I. Madero recorrió en un caballo blanco, algunas calles de la capital del país. En ese mismo contexto, el día de su muerte el general Bernardo Reyes cabalgaba sobre Lucero.
En cierto sentido, los nombres de los caballos reflejan la personalidad de sus dueños. El general Alberto Carrera Torres libró algunas batallas en Tamaulipas y San Luis, montado en Bucéfalo, un caballo de sangre árabe, prieto azabache de metro y medio de alzada. Su hermano Francisco montaba El Centauro, un penco angloárabe de buena resistencia para recorrer largas distancias en menor tiempo. En 1915, durante el ataque villista en Matamoros, el general Emiliano P. Nafarrate, jefe de la plaza mostró sus habilidades de jinete sobre el caballo El Borracho.
La historia de la nomenclatura de caballos famosos, es amplia y variada si nos referimos también a los protagonistas de corridos mexicanos. Por ejemplo, algunos relacionados con las competencias o carreras como El Moro de Cumpas. Mientras que, en San Carlos, Tamaulipas son muy recordados El Califa y El Tarik propiedad del doctor Dámaso Anaya Rivera, grabados por Antonio Aguilar y el Dueto Carlos y José.
Discussion about this post