Hoy es el Día Internacional de la Mujer.
Conmemoramos a las caídas en la lucha por los derechos laborales, civiles y el reconocimiento a la igualdad como seres humanos.
A las del pasado lejano, que incluye a las bisabuelas y abuelas.
A las del pasado reciente que alcanza a las madres de quienes ya peinamos canas.
Y a las del presente, que son las hermanas, las esposas, las hijas o nietas, que siguen dado la batalla en este mundo inequitativo, diverso, distinto en sus regiones y organización, así como distante de la igualdad, equidad y justicia deseadas.
Un mundo en el que, a pesar de los avances de la ciencia, la tecnología y la evolución general a una sociedad moderna, sigue habiendo una brecha grande entre los géneros.
Y en el que también hay nuevos peligros, riesgos y amenazas para las mujeres y los segmentos de la población más vulnerables.
No estamos exentos de la violencia de las guerras o de los desastres de pandemias. Somos víctimas cotidianas de la violencia de las bandas delincuenciales y el crimen organizado.
Las batallas económicas por la supremacía de las naciones poderosas también golpean fuerte a nuestras sociedades y en especial a los sectores marginados, en los que la figura de la mujer sigue apareciendo.
Y ese mundo bélico, muchas veces se replica en los hogares con daños físicos, psicológicos o emocionales para las mujeres sea como abuelas, madres o hijas.
Por tanto, mucho camino por recorrer en la búsqueda de mejores condiciones en materia de equidad, igualdad y justicia en nuestra sociedad presente.
Pero esta no se logrará solo con el trabajo y lucha de las mujeres.
Debe ser en equipo, de la mano de los hombres con deseos de avanzar en estos rezagos y atavismos.
Recordemos que todos, hombre y mujeres llegamos al mundo tras la concepción entre un hombre y una mujer y luego 9 meses de permanecer en el vientre de una madre.
De cuidados esmerados de las madres en especial, en nuestra etapa más indefensa en los primeros años de la vida.
Además, todos y todas recibimos el cariño y amor de las abuelas, tías, hermanas mayores y compartido con primas o amigas de infancia.
Todo ello, gracias a que en el universo la mitad somos varones y la otra mitad mujeres. Ahí está el verdadero equilibrio que la naturaleza provee y que a veces nos negamos a ver, reconocer, aceptar y vivir.
En efecto, el mundo habita, de acuerdo al último censo de población 3 mil 960 millones de mujeres, equivalente al 49.5 por ciento de los seres humanos sobre la faz de la tierra.
Tan solo en México, de los 126 millones 14 mil 024 habitantes de acuerdo al censo del 2020 del INEGI, el 51.2 por ciento son mujeres, es decir, 64 millones 540 mil634.
Mientras que, en el estado de Tamaulipas, el censo de esa misma fecha arrojó que el 50.8 por ciento de la población son mujeres, es decir, un millón 791 mil 595.
Para que tanto brinco, estando el suelo tan parejo, reza un sabio dicho popular.
En lo personal, soy de los convencidos que a pesar de las diferencias que la naturaleza nos dio como géneros complementarios, en todo los demás, es de justicia que haya equilibrio e igualdad.
Tuve la suerte de ser el cuarto hijo de mi madre, una madre muy cariñosa, amorosa, consentidora, pero exigente con los valores, principios, responsabilidades y con el bien.
De convivir mucho en la niñez y adolescencia con una hermana mayor y otra menor, de las que aprendí mucho y me moldearon para tratar bien, cuidar, así como impulsar y permitir crecer a todas las mujeres.
También recibí gran influencia de muy buenas maestras y docentes en la educación primaria, secundaria, preparatoria y en la universidad.
De tal forma que en mis desempeños en esa etapa siempre tuve extraordinaria relación con las mujeres. He tenido amigos y amigas en todas las etapas de mi vida, casi por igual en número.
Y en el desempeño laboral, en distintas responsabilidades siempre he procurado que haya la presencia y equilibrio de los dos géneros. Son mejores equipos siempre y dan los mejores resultados.
Prevalecen el respeto, el orden, la armonía y ambientes más sanos.
Y un dato muy valioso en mi vida personal.
Cuando di el paso del matrimonio, encontré una compañera brillante en todos los sentidos.
Crecimos juntos en lo familiar, nos impulsamos en lo laboral y profesional, además de forjar un proyecto de vida que nos trajo de premio a una hija.
En la nueva familia, tuve la suerte de encontrar a una suegra que fue mi segunda madre.
Y que en la familia política fuesen puras mujeres.
Además de una hija, dos sobrinas.
Ahí sí que me tocó ser bendito entre las mujeres.
La vida me ha llevado por este camino y por tanto valoro mucho más la fortaleza, la visión, el tesón, la disciplina, el compromiso, el humanismo, la sensibilidad y el deseo de servir de las mujeres.
Y reafirmo, por tanto, mi solidaridad, el respaldo y compromiso de seguir de su mano por la búsqueda de un mundo más justo, equitativo e igualitario.
Tarea de todas y todos, en equipo.
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