Luis de Herrera a quien Carlos María de Bustamante consideraba “Un hombre dotado de un ingenio extraordinario para formar una revolución sin más ingenio que su talento…” fue un fraile lego de origen español, perteneciente a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. El 20 de septiembre de 1810, cuando Miguel Hidalgo transitó con su ejército insurgente por Celaya, Guanajuato incorporó a la revolución independentista sus servicios de cirujano. Al conocer sus simpatías por el movimiento, Hidalgo lo comisionó para que propagara sus ideas en San Luis Potosí, donde se levantó en armas.
Acompañado únicamente de un criado, con un nombramiento en mano y varias cartas de recomendación, inmediatamente se dirigió rumbo a la mencionada provincia. Al tratar de incursionar en aquel territorio, fue aprehendido por el General Félix María Calleja, quien lo trasladó con grilletes al Convento del Carmen de Celaya. Ahí platicó con Fray Gregorio de la Concepción y posteriormente lo enviaron a San Juan de Dios, donde estableció contacto con otros simpatizantes de Hidalgo.
En esas andaba cuando “La noche del 10 de noviembre, que se verificó la revolución, quedó libre y al frente de una partida de 80 hombres con los que dirigió a la prevención y al abrir la cárcel a los presos del orden común. Una vez que Iriarte hubo entrado en auxilio de los sublevados, Herrera, temeroso de sufrir nuevos insultos, salió de la ciudad y se dirigió a Guanajuato.”
Estableció contacto con Ignacio Allende quien instruyó dirigirse a la Provincia del Nuevo Santander (hoy Tamaulipas), donde se puso a las órdenes de Juan Nepomuceno Jiménez Garza, sin lograr intervenir en batallas. Mientras el Gobernador Manuel Iturbe e Iraeta permanecía en Altamira, Herrera quien se proclamó Mariscal de Campo, retornó a San Luis poniéndose a las órdenes del Brigadier Ildefonso Blancas.
Su carrera militar se fortaleció al vencer a los realistas en San Francisco el 11 de febrero de 1811. Se caracterizó por su temperamento despiadado, al matar cruelmente once prisioneros españoles pertenecientes a la partida militar mencionada. Arrasó y cometió todo tipo de excesos en San Luis Potosí, por lo cual salió huyendo rumbo a Río Verde -donde permaneció hasta el 14 de marzo- y se detuvo en Valle del Maíz, San Luis Potosí. Calleja comisionó a Diego García Conde para que lo persiguiera, quien finalmente los venció el 22 de marzo.
Para protegerse de los realistas, Herrera, Blancas y unos cuatrocientos seguidores enfilaron hacia la Villa de Santa María de Aguayo; pero Blancas decidió permanecer temporalmente en Santa Bárbara -actualmente Ocampo- con el propósito de promover la insurrección. En Aguayo se les sumaron algunos soldados, quienes se pronunciaron en favor de la guerra contra los peninsulares o españoles. Sin embargo, al enterarse de la llegada del Brigadier Joaquín de Arredondo sólo cuarenta y ocho de los sublevados permanecieron fieles a los legos.
Arredondo, con el apoyo del párroco y algunos notables aguayenses los enfrentó con su ejército y venció sin problema, tomando prisioneros a más de 400 hombres incluyendo 56 oficiales “…diez cañones de varios calibres con algunas municiones y un considerable número de armas de fuego y blancas.” Para escarmiento el 17 de abril fusiló y colgó los cuerpos de Herrera, Blancas y otros cabecillas en los árboles de la Plaza Principal. Al resto de los prisioneros los envió a la cárcel de San Juan de Ulúa y otros más fueron condenados a pavimentar las principales calles y callejones de la villa.
Por mucho tiempo, la presencia del franciscano Herrera permaneció grabada en la memoria de quienes intervinieron en la Guerra de Independencia. Para algunos historiadores opuestos a la rebelión, era uno de los cabecillas más audaces que peleó con ahínco. Según los datos recogidos por Ireneo Paz en una leyenda histórica sobre Miguel Hidalgo, decía que él mismo se consideraba un brigadier, mariscal o casi emperador.
Su aprehensión y muerte se de debió gran parte a la intervención del cura de la Villa de Aguayo Rafael de la Garza, quien informó a Joaquín de Arredondo sobre la deserción de ochocientos insurgentes que se unieron a los realistas: “Reunió el párroco gente de bronce a la que le decía para convencerla:
-Un lego que no ha de ser más que un cura, y esta misma noche hemos de dar cuenta con el revoltoso: caeremos sobre él luego que esté entregado a la botella y a las queridas y de ese modo no se nos escapará.
“Así lo hizo el maldito cura, habiendo tenido la gloria de dar muerte con su propia mano al terrible lego que no pudo defenderse por esta vez por estar completamente borracho.
“Del mismo temple del lego Herrera, en cuanto a eso de andar con las pasiones alborotadas, era el Mariscal don Pedro de Aranda que a pesar de su edad se pasaba las noches en francachelas y rodeado de personas del sexo débil. Eso sí, era muy bondadoso e incapaz de hacer a nadie el menos perjuicio.” El mariscal Aranda originario de Lagos, Jalisco abusaba de su investidura y organizaba tertulias familiares en su residencia de Monclova donde se bailaba y libaba hasta altas horas de la madrugada.
Pachangas de Arredondo
A mediados de 1811, después de sofocar los brotes de insurrección independentista en Palmillas y Tula, el general español Joaquín de Arredondo cruzó la Sierra Madre Oriental y regresó a su cuartel militar en la Villa de Santa María de Aguayo. En este lugar permaneció unos días, donde acabó de someter a sus principales enemigos colgándolos en la Plaza Principal, lo mismo cometió atropellos contra los pobladores y dispuso organizar su incursión militar en las villas del norte.
Mientras esto sucedía, fijó su residencia en una casa de sillar cercana a la iglesia, donde le dio gusto a las más bajas pasiones mundanas. En el escrito Expediciones Militares del Brigadier don Joaquín de Arredondo en las Provincias Internas con Algunas Circunstancias a su Gobierno, el Teniente de la Corona Manuel Céspedes menciona que incluso persiguió al cura Rafael de la Garza, quien se jactaba de su filiación realista.
Durante las madrugadas de luna llena, los vecinos de Villa de Aguayo hoy Ciudad Victoria no podían conciliar el sueño porque Arredondo, acompañado de cierta barragana, concubina o querida de buenas carnes, organizaba serenatas y bailes en plena Plaza de Armas: “Divertíase también S.S. por las noches por tocar generala a la hora más intempestiva, algunas veces para dar gusto a su amiga para que gozase del espectáculo que presentaban los oficiales, saliendo apresurados en varias direcciones de sus casas a medio vestir para el cuartel, en cuya plaza formaba la tropa, y a presenciar también los regaños y orden de arresto que sufría el que venía siquiera cinco minutos después del toque.”
En altas horas nocturnas, junto al Capellán organizaba ejercicios con la tropa, y después recorría la Calle Real y callejones al ritmo de música y tambor batiente: “Lo cierto es que con la frecuencia de esas mojigangas militares a media noche, y con otros despilfarros por el estilo y esta fama, así como el terror de su nombre, no dejó de ser de alguna trascendencia.”
Las fiestas concluyeron, cuando en febrero de 1812 le avisaron que los insurgentes habían bajado por la Sierra Gorda, derrotando una partida de soldados realistas en un rancho aledaño a Río Verde. Inmediatamente Arredondo y sus tropas se enfilaron de nuevo por los caminos de la Sierra Madre, con rumbo a Ciudad del Maíz.
La pésima fama y ambición de poder del atrabiliario general español, no era ajena al virrey Francisco Javier Venegas. Antes de abordar el barco y marcharse de México rumbo a España, expresó irónicamente: “Se quedan dos virreyes Calleja y Arredondo.”
Por lo visto durante la Guerra de Independencia en la Provincia del Nuevo Santander, no todo era combates y conflictos políticos. También se registraron episodios, donde soldados de ambos bandos protagonizaron escándalos y se entregaron a los excesos de la concupiscencia, el baile y borrachera.
Fuentes: Carlos María Bustamante/Cuadro Histórico de la Revolución de la América Mexicana Comenzada el 15 de Septiembre de 1810), Revista Universidad de México 1932; En los Albores de la Independencia. Provincias Internas de Oriente./Isidro Vizcaya Canales/Gobierno del Estado de Nuevo León/2005; periódico La Patria Ilustrada/1888/agosto/13; La Gaceta 1811/04/23.
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