“En Victoria, los rancheritos son de maíz” podría considerarse una frase culinaria,
en contraparte a la existente sobre las flautas de harina. Me refiero a la célebre botana,
conocida como churritos o fritos surgida al calor festivo de los fogones rurales.
Indudablemente el origen de su nomenclatura, está asociado al contexto de la dieta de las
comunidades campesinas, en este caso las aledañas a la capital tamaulipeca. En el mismo
sentido podemos considerar que la técnica de su hechura, es parecida a los churros de
harina de trigo elaborados por los panaderos españoles.
Respecto a los rancheritos, sus antecedentes en Tamaulipas se remontan al
legendario tostado de sal, un suministro alimenticio de consistencia dura surgido de la
combinación de masa de maíz, manteca de res o puerco, agua y sal cocido en hornos de
leña. Desde tiempos coloniales, estas rosquillas de formaron parte del itacate o
bastimento de los vaqueros y arrieros tamaulipecos, quienes recorrían largos trayectos en
el traslado de mercancías y bovinos. Particularmente con destino a las regiones huasteca,
norestense y centro del país.
En determinados ranchos, ejidos y zonas rurales también se le denominaba
bizcocho, relacionado con su consistencia maciza y doble cocimiento al fuego para que la
“galleta” lograra esa textura. En Ciudad Victoria la denominación de origen de esta
botana, surgió al menos desde los años cuarenta.
Por sus características populares y sencillez, los rancheritos igual que los
cacahuates se convirtieron en elementos imprescindibles en piñatas, reuniones sociales,
cantinas, escuelas, fiestas, loterías y cines. Lo mismo sus consumidores podían adquirirlos
a precio económico en estanquillos como el don Espiridión del 15 Hidalgo, la estación del
ferrocarril, plazas, mercados, dulcerías y otros sitios.
Semejante a otras comidas populares, los rancheritos surgieron de los ingredientes
disponibles en el contexto social correspondiente. Sobre todo, formaron parte del ingenio
y necesidad alimenticia de los fronterizos. De acuerdo al cocimiento y textura, su color
puede variar entre cremoso y amarillo con diversos matices. Se elaboran en diferentes
grosores: delgados, gruesos y una longitud promedio entre 5 a 9 centímetros de acuerdo
al gusto de los comensales.
Antiguamente se fabricaban en peroles, cazos de cobre, cazuelas de barro y otros
utensilios de cocina. Para el cocimiento de volúmenes importantes, se requieren un
recipientes especiales de buenas proporciones. Las tiras de masa de maíz previamente
sazonada con un toque de sal, se introducen en aceite o manteca de cerdo bien caliente
hasta freírse. En cuando a las variedades en su presentación, actualmente existen recetas
que agregan a la masa semillas de ajonjolí, chile y limón.
Como dicen las amas de casa, cantineros y otros defensores de este alimento “Los
rancheritos son una botana económica, propia de cualquier festejo.” Al momento de
consumirlas, se les agrega salsa roja Búfalo, Botanera o La Valentina al gusto del cliente.
Lo mismo se disfrutan con variados aderezos caseros, “Deep” y guacamole. Más todavía,
actualmente existen máquinas industriales modernas para su fabricación masiva que
incluye empaques de celofán y etiquetas con diseños especiales.
Al principio la comercialización se realizaba a través de vendedores ambulantes -la
mayoría jóvenes y niños de condiciones humildes-, quienes canasto en mano recorrían
calles, escuelas primarias y oficinas de gobierno donde ofertaban el producto.
(El Gallito/17/junio/1940; testimonios de la maestra
Fulvia Silva de Reséndez; Margot Flores Guerra y Gloria Cipriano; periódico El Heraldo de
Victoria/noviembre 3/1952; El Heraldo de Victoria/23/diciembre/1945.)
De alguna manera, las autoridades municipales de Victoria reaccionaron ante el avance de esta
práctica comercial en calles y callejones. Por ejemplo, a mediados de 1940 el periódico El
Gallito publicó una queja contra los dulceros y fruteros para que retiraran de las
banquetas de la calle Hidalgo y callejones aledaños, sus estorbosas vitrinas y canastos.
La presentación era en bolsas de papel acerado, alcatraces y bolsitas de papel. En
cierto sentido, los churreros locales ayudaron a fortalecer la economía doméstica de las
clases necesitadas. Una de las primeras botanas que se vendía en la localidad, eran los
Fritos Princess hechos en Monterrey. El centro de distribución se encontraba en el
Estanquillo Idolina -12 y 13 Hidalgo-, donde se expendían por mayoreo.
Al paso del tiempo llegó a Victoria procedente de la capital de Nuevo León la
familia de don Alfonso Cáceres, quienes instalaron la Confitería o Dulcería La Piñata
enfrente del Mercado Argüelles -7 Hidalgo y Morelos-, donde vendían dulces,
garapiñados, charamuscas, cacahuates, rancheritos y habas a los mejores precios de la
plaza. Guardadas algunas proporciones, este tipo de botanas eran más saludables que las
actuales. Es decir, con menos grasas, sodio y colorantes.
Una de las primeras empresas donde elaboraban rancheritos de manera industrial
en Victoria se localizaba el 12 Juárez y Zaragoza, residencia de la familia López integrada
por los hermanos Pedro, Salvador, Luis y Lucina. Ellos llegaron procedentes de
Aguascalientes a principios de la década de los cincuenta, acompañando al ingeniero
hidráulico Manuel Melo y Maza alto funcionario de la Secretaría de Recursos Hidráulicos.
Hablamos de una de las épocas de mayor esplendor, relacionada con la venta de
las tradicionales frituras. Esto se logró gracias a su distribución masiva en las cooperativas
de todas las escuelas primarias y secundarias locales. Para ello los López contaron con el
apoyo de las autoridades educativas, canalizando parte de las ganancias a obras en los
planteles.
En la década de los cincuenta, existieron varios negocios de venta de rancheritos
en la calle Hidalgo y otros sitios. Desde entonces, una de las costumbres entre los niños,
estudiantes y vecinos donde operaban ese este tipo de negocios, consistía en comprar
alcatraces, cucuruchos, bolsas y conos de papel estraza “boronitas”, sobrantes de la
manufactura de los productos a veinte y cincuenta centavos. Dentro de la misma
temporalidad se tiene memoria de doña Margarita Jiménez, propietaria de un negocio de
botanas en la calle 20 Mina, distribuidas en la ciudad por don Atanasio Cervantes.
Actualmente la empresa de mayor tradición y presencia en el mercado local, es la
Fábrica de Maíz y Papas de la familia Flores Guerra de la calle Bravo 13 y 14. Desde hace
más de cincuenta años se dedican a elaborar una exquisita variedad de rancheritos,
tostadas, papas, cacahuates salados, chicharrones de harina y otros productos que se
expenden al mayoreo y menudeo.
Sus fundadores fueron el señor Manuel Flores Rivera y su esposa Flora Guerra
Garza, quienes contrajeron matrimonio en 1945. A finales de los años sesenta del siglo
pasado, adquirieron una pequeña fábrica, propiedad del señor Ramiro Aldape -empleado
de Palacio Federal- y su esposa Ninfa. Aquel negocio se llamaba La Favorita y operó
durante varios años en el 15 Berriozábal y Anaya, donde fueron pioneras de la empresa
Barbarita Reyes y Elvia Pérez Turrubiates entre otros empleados especialistas en la
elaboración de este tipo de botanas.
(El Gallito/17/junio/1940; testimonios de la maestra Fulvia Silva de Reséndez; Margot Flores Guerra y Gloria Cipriano; periódico El Heraldo de Victoria/noviembre 3/1952; El Heraldo de Victoria/23/diciembre/1945.)
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